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El policíaco del Ser


Se dice que maya –el reino de la ilusión– es un juego divino, un juego del Ser. 

 

En este caso, el Ser está jugando a ocultarse en maya. 

 

Digamos que el Ser está jugando al detective. 

 

Podríamos decir que esto de la creación es un policíaco, un Poirot. 

 

Otra manera de decirlo es que el ser está jugando al escondite.

 

Así pues, primero que nada el Ser se oculta: crea al mundo y se oculta en su creación. 

       

El Ser crea el orden manifiesto –el orden del tiempo, el espacio, la materia, la causalidad, la diferenciación, la mente, la interpretación, la producción fenoménica, etcétera– para extraviarse en él. 

 

Maya es el Ser mismo, pero en su forma oculta. 

 

Maya es el Ser que se oculta. 

 

También es el ocultamiento del Ser. 

 

Y es el lugar mismo donde se oculta. 

 

Otra manera de ponerlo es que el Ser se oculta en la ignorancia u olvido de sí mismo. 

 

Escondido en el mundo ilusorio que él mismo ha creado, ahora el Ser procede a buscarse. 

 

Así pues, el ser se oculta para encontrarse. 

 

El juego consiste en retornar, desde la multiplicidad, a Sí Mismo. 

 

Al parecer, al Ser le da mucho gusto este autoencuentro, y la dualidad es aquí un mecanismo de reconocimiento, de re/conocimiento. 

 

El reconocimiento se da por supuesto cuando el Ser cae en cuenta que nunca fue dos, que la multiplicidad siempre había sido irreal, como la ilusión de un mago. 

 

Es cuando el sadhaka, o aspirante espiritual, cesa de tomarse por una persona separada y es devuelto a la unidad perdida. 

 

¿Pero no hay un riesgo de que el Ser no se recuerde, de que permanezca olvidado? 

 

Y bueno, sí. 

 

Y eso es parte del juego. 

 

Por otro lado puede decirse que en la ilusión está la semilla misma de la verdad. 

 

No olvidemos que la ilusión es producto de la realidad, y es    real en su apariencia. 

 

Así que la realidad no se puede perder. 

 

La realidad siempre está presente aquí, y nos está llamando ahora.

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