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Laboralia


Un desempleado se vuelve loco no solo por que no puede generar medios de vida, sino porque necesita la dignidad, el contexto y el significado del trabajo. 

 

El trabajo lo cohera, el trabajo trae coherencia a su ser. 

 

El derecho a trabajar es el derecho a un poderoso vector de significado y plenitud. 

 

Freud decía: amor y trabajo.

 

Y por lo mismo yo le digo a la gente: aunque no tenga trabajo, trabaje. 

 

Trabaje por ejemplo en crear las condiciones que le van a permitir tener un trabajo. 

 

O trabaje en otro sentido: lave el basurero, haga voluntariado, escriba un poema. 

 

El punto es: construya algo, edifique. 

 

Dicho todo lo anterior, lo ideal sería que todo tengamos trabajos formales.

 

Más idea sería que estos trabajos no nos esclavicen. 

 

Aunque a veces somos nosotros mismos quienes nos esclavizamos por medio del trabajo. 

       

Trabajamos como bestias. 

 

Yo tengo genuino temor del worhaholismo, que solo trae extenuación y fatiga crónica. 

 

Sé que en mi caso trabajar más de la cuenta me desequilibra, pero luego trabajar menos de la cuenta –y no trabajar ya no digamos– me desequilibra incluso más. 

 

En términos general lo mejor, me parece, es tener un enfoque sattvico y equilibrado de trabajo. 

 

Mi humilde opinión es que si el trabajo es equilibrado no tiene por qué sofocar a nadie.

 

Por supuesto, el sistema está cableado para que el trabajo sea desequilibrado, explotador y sofocante. 

 

Lo cual lastima al trabajador, lastima el trabajo, y lastima el fruto del trabajo. 

 

Pausa y ocio es ya la solución. 

 

Antes no podía concebir la idea de no trabajar un día, hasta que entendí el descanso como parte del trabajo. 

 

Está claro que hay momentos en que hay que dar la extra milla, pero luego hay momentos cuando de plano hay que cortar y deflagarse. 

 

El descanso es crucial para recalibrar nuestra energía, porque sin energía, no hay esfuerzo y no hay trabajo. 

 

Lo que de plano no queremos es caer en ese bucle vicioso, en donde trabajamos para conseguir recursos pero gastamos todos los recursos trabajando. 

 

Otro bucle vicioso: entre más preocupados y sobreestimulados nos encontramos por el mismo trabajo, menos podemos descansar y relajarnos. 

 

Al final, más que trabajar mucho, creo que el secreto es trabajar inteligentemente.

 

Y trabajar desde la gracia. 

 

Sin gracia no hay trabajo que valga.

 

Nada más horroroso que un trabajo sin gracia. 

 

Nada más horroroso que un trabajo sin inspiración. 

 

Hay personas que remachan y remachan y no producen nada digno. 

 

No tienen talento.

 

Ahora bien, si el trabajo no es creativo, es trabajo muerto, es trabajo zombi. 

 

No tiene salto. 

 

El asunto es que no podemos compensar la poca calidad del trabajo con la cantidad de trabajo. 

 

Aunque, por otro lado, sin trabajo efectivo, la calidad del trabajo vale nada. 

 

De hecho, el trabajo nos sostiene cuando la inspiración no está ahí. 

 

Como dijo célebremente Picasso, en esas o parecidas palabras: que la inspiración me encuentre trabajando.

Evidentemente, habrá más inspiración si el trabajo es significativo. 

 

Ideal sería que todo tengamos trabajos formales, y trabajos formales además que nos traigan alguna clase de plenitud laboral, es decir utilidad, gozo, conexión, deber y sentido. 

 

Trabajos en donde podamos trabajar abundamente, gozosamente, eficientemente, devotamente, creativamente, inteligentemente y conscientemente. 

 

Trabajos asimismo que vayan con nuestra personalidad, con nuestra naturaleza y con nuestro darma.

 

Si tu naturaleza es intelectual, no seás zapatero. 

 

Si sos zapatero no hagás programación. 

 

Si sos programador, no matés ballenas. 

 

Pero si sos barista, hacé café.

 

Desde luego todo trabajo responde la mayor parte del tiempo y siempre en alguna medida a la necesidad y a la obligación, pero el tiro sigue siendo la pasión. 

 

El tiro aquí es trabajar por gusto. 

 

Trabajar por gusto no quiere decir en este contexto, o no necesariamente, trabajar inútilmente. 

 

Quiere decir trabajar acordemente a nuestro gozo y a lo que nos hace sentir vivos. 

 

Hay una frase del teólogo Howard Thurman que me gusta mucho:

 

«No te preguntes qué necesita el mundo. Pregúntate qué te hace sentir vivo y hazlo. Porque lo que el mundo necesita es más gente que esté viva». 

 

Yo amo mi trabajo, y por cierto he pagado un alto precio por amarlo y por hacer lo que amo. 

 

Hacer lo que uno ama requiere un par de pelotas. 

 

¿Cómo sé que amo mi trabajo, por demás? 

 

Porque lo sigo haciendo cuando no me están pagando por hacerlo. 

 

Me gusta, me nace hacerlo, está en mi propensión. 



 

Cada cual tiene su propensión. 

 

Por ejemplo hay personas que nacieron para lo físico o manual, otros para el intercambio, otros para el trabajo mental. 

 

Sea cual sea nuestra propensión y nuestro oficio, procuremos hacerlo no solo para nosotros, sino además para los demás y por supuesto para el altísimo. 

 

Cuando trabajamos para el altísimo ese trabajo se convierte en trabajo espiritual, en oposición al trabajo meramente mundano. 

 

En ese sentido, cualquier trabajo puede convertirse en trabajo espiritual. 

 

Sin embargo por trabajo espiritual también podemos entender el trabajo que nos permitirá hacernos uno con Dios. 

 

La espiritualidad, entendida estrictamente, es un tipo especial de trabajo, el más alto y sublime de todos.

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