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Yo medito


Así como quise alguna vez convertirme en un poeta, también alguna vez quise convertirme en algo así como un artista de la meditación.

 

                  

Creo que a estas alturas ya puedo hablar de la meditación sin pudores. No sé si mucha, pero alguna experiencia tengo en el tema. He pasado incontables horas con el culo en el cojín. 

         

Me parecería criminal no escribir de la meditación. Por otro lado, ¿cómo escribir sobre algo tan vasto? Una tarea imposible. Una antiposibilidad. 

         

Sin embargo, aquí les dejo unas notas al respecto.

         

 

Primeros tanteos

 

Mi historia meditacional es un arco que va del degenere al regenere. Cuando empecé a meditar estaba hecho un desastre. Nada más satisfactorio que ver cómo con los años todo mi sistema biopsíquico se ha ido ordenando, sin perder por ello creatividad, limimalidad y loco caos. Mi cubierta es otra por completa. La transformación ha sido notable. Si alguien no lo cree es porque no me conoció antes. 

 

Pero en cierto modo yo ya había tenido un contacto con la meditación desde la infancia. Mi abuela estaba metida en todo aquel rollo de la teosofía y la espiritualidad alternativa, aunque no existiera el término como tal en aquella época. 

         

Fue mi abuela quien me llevó a todos esos programas de Silva Mind Control, donde aprendí a relajarme profundamente, por medio de ciertos ejercicios de autohipnosis y visualización enfocada. Llegué a sacar los más programas más avanzados, que incluían prácticas de proyección mental y sanación a distancia. 

         

Todo eso fue en mi infancia. 

         

En mi adolescencia primera, segunda y tercera, mi meditación fueron todas esas drogas, con sus estados alterados. Especialmente los enteógenos y algunos preparados químicos como el LSD me rompieron uno a uno los esquemas de la existencia consensuada. 

         

Tomé varias veces hongos. Más de veinte años después, sigo procesando aquellas experiencias en psilocibina. Los hongos me mostraron que todo eso que me habían dicho, y yo había creído, sobre la realidad –con sus convenciones de tiempo, espacio, objetividad y causalidad– no era más que una franca mentira, o una verdad extremadamente limitada. 

         

Como era de esperarse, las drogas me terminaron metiendo en un carrusel extremadamente volátil y peligroso. Fueron capas y capas de autodestrucción alquitranada. 

 

Eventualmente, me retiré a mis cuarteles de invierno, dejé las drogas, empecé el proceso de sanación, que me llevó directamente a esa habitación luminosa y respetable llamada meditación. 

 

Entré de la mano de un realizado: Jiddu Krishnamurti. Fueron añadiéndose innumerables guías y libros sobre el tema (que no voy a citar aquí, porque eso demandaría un artículo entero, será otra vez). También visité algunos centros espirituales y fui a varios retiros. 

         

En un momento, tomé el refugio budista. La vipassana –una forma de meditación ubicua en todos los budismos– me obsesionó, pero no fue la única. En el budismo tibetano encontré una panoplia de técnicas meditacionales y ejercicios esotéricos y místicos. La sofisticación contemplativa del budismo es apabullante. Muchas de las meditaciones tibetanas son largas composiciones psicoespirituales, tejidos altamente complejos. 

 

 

Yoga de la Deidad

 

En su momento practiqué mucho una sadhana –o práctica espiritual– llamada Yoga de la Deidad, de extracto indotibetano. 

         

La manera de yo practicarla era en tres partes: 1) las preliminares; 2) el cuerpo propiamente de la meditación; 3) el cierre y dedicación del mérito. 

 

La parte de las preliminares incluye un acondicionamiento del lugar, así como colocación del altar, adopción de la postura, estabilización de la mente, establecimiento de la motivación, seguido de ejercicios de visualización, plegaria, ofrenda, invocación, petición, purificación, bendición y unión con la Deidad–Gurú. Por razones de tiempo, procuro hacer eso de una manera muy sintética y sucinta. Pero en rigor cada una esas son prácticas demandan en sí mismas particular dedicación. 

 

En el cuerpo de la meditación, uno se visualiza y emana como una divinidad tántrica, en medio de un mandala. Aquí generalmente incluyo una sesión de tonglen, que consiste en absorber, con la inhalación, el sufrimiento de los seres, y en darles, con la exhalación, felicidad y beatitud. Un ejercicio de alteridad y de compasión increíblemente poderoso, que merece un artículo por cuenta propia (ya lo escribiré luego). También hago una práctica de mantra, a la vez que voy emanando actividad búdica hacia todos los seres sintientes. 

 

Por supuesto, visualizarse como una deidad puede ser visto como un delirio o gesto de megalomanía cósmica. Y en verdad, si no entendemos lo que estamos haciendo, mejor sería que nos encerrasen en el manicomio. Por otro lado, la Yoga de la Deidad puede ser un magnífico medio de deconstruir nuestra identidad limitada, aquella que hemos ido adquiriendo por medio de un sinnúmero de condicionamientos reductores. Una comprensión correcta de nuestra naturaleza verdadera nos puede mostrar nuestra dignidad sagrada. 

 

Luego de la fase de generación de la deidad, la misma es disuelta en la naturaleza radiante del vacío, lo cual corresponde a la fase de la completitud.

 

Como siempre en las meditaciones budistas de esta naturaleza, se concluye con una dedicación, en donde se transfiere cualquier mérito acumulado a todos los seres. 

         

          

De la tierra al cielo 

 

He meditado de muchas maneras, 

 

No voy a listarlas aquí, no terminaría nunca. 

 

Mucho menos voy a hablar de todas meditaciones existentes. Hay un montón de meditaciones, simples o complejas, con objeto meditacional o sin el mismo, religiosas o no religiosas. 

         

Una meditación bien puede ser muchas cosas: una danza derviche, un ejercicio de kundalini yoga, una afirmación frente al espejo, una práctica de metta, un canto al Señor, un viaje shamánico, una práctica de Oración Centrante. 

         

Son ejemplos nomás. Lo importante es dejar claro que meditaciones hay muchas y que todas esas meditaciones están emplazadas en distintas dimensiones de la realidad. Algunas nos acercan más a la tierra y otras más al cielo. Algunas son más corpóreas y terrenales (siendo la energía de la tierra crucial para encontrar estabilidad) mientras otras son más etéreas y celestiales (siendo la energía de los cielos imprescindible para encontrar inspiración). Entre ambas posibilidades hay toda clase de registros intermedios. 

         

Entre las más corpóreas podemos encontrar el tai chi, el hatha yoga o bien la práctica de las postraciones. Muchas de estas meditaciones se hacen de pie, en movimiento, en acción o danzando o tirando marcialmente cachimbazos. Se ve que el enfoque no tiene por qué ser quietista –tipo posición de loto– sino puede muy bien asumir rasgos dinámicos. Es perfectamente dable hacer de la caminata por ejemplo –y del ejercicio en general– una forma de meditación. Una sesión de trekking en el campo bien puede ayudarnos a conectar con la naturaleza y sus ciclos, lo cual puede ser profundamente equilibrante y sanador. Por cierto, ¿qué tal una meditación de sanación, poniendo delicadamente la mano sobre una parte del cuerpo que así lo requiera? Es importante darle atención al cuerpo. Por supuesto, se habla hoy en día mucho de la relajación y del alivio del estrés, por medios kinestésicos, sensorios, de respiración y similares. Ciertas meditaciones abordan con gran éxito el dolor crónico. 

         

Una meditación que recomiendo a cualquiera es el chi kung. En lo personal, me ha ayudado a mantenerme bien: mi esencia, mi energía, mi espíritu El chi kung me permitió descubrir una verdadera divinidad viva, celular, dentro de mí. Junto al chi kung hay toda una gama de tradiciones que usan la energía, pongamos por caso el reiki. El trabajo con el aura y pránico es importante, definitivamente. Muchas veces nos ocupamos del cuerpo grosero pero dejamos de lado el cuerpo sutil, con sus chakras, nadis y bindus. Este trabajo se vuelve progresivamente más aéreo y sofisticado. Algunas meditaciones son francamente interesantes, como las prácticas tántricas sexuales, un ejemplo, o la práctica calórica del tummo. 

         

Podemos concebir la meditación como una manera de combatir energías, obstáculos o entidades, o de adquirir o invocar alguna clase de poder o protección. Por aparte, están todas esas meditaciones que tienen que ver con la manifestación y el deseo –crear resultados. Algunos utilizan la meditación para atraer dinero y abundancia. O para crear magnetismo, presencia y liderazgo. No es lo mío, pero hay que consignarlo, aún si a veces este tipo de meditaciones esculpen verdaderos descalabros… Como lo veo, mejor usar la meditación para purificar el propio karma, el pasado y los pasados, sus residuos traumáticos y sus transgresiones. Sobre todo, para encontrar serenidad, para disolver el enojo, para que cesen nuestros conflictos interiores.

         

Con lo cual vamos entrando al mundo de las emociones. Hay toda clase de meditaciones afectivas y de amor propio, que incluyen masajes y caricias, palabras o visualizaciones. La meditación es un poderoso instrumento para abrir y sanar el corazón. Es en el corazón en donde confluyen la tierra y el cielo, y algunas meditaciones están centradas en este poderoso punto de equilibrio. Al abrirse el corazón nos abrimos por supuesto a los demás. La meditación bien puede servir para conectar con nuestro ambiente y con los otros. Entonces estamos hablando de meditaciones para ecualizar nuestras relaciones, para disolver nuestros apegos y egoísmos. Son meditaciones relacionales que pueden ser hechas en soledad o, justamente, en relación. Por ejemplo, existen meditaciones de pareja muy interesantes (como el eye gazing). Las meditaciones de perdón y gratitud son muy recomendables. Y, cursilerías aparte, aquellas de amor, compasión, empatía, servicio y colaboración consciente.  

         

La meditación puede ser vista como una forma de expresión. Hay por caso meditaciones que nacen de nuestra voz, de nuestra vibración íntima, en forma de mantra, sonido o canto. Podemos cantar nuestra verdad. Podemos comunicar algo de verdad auténtico por medio de la meditación. En cuyo caso, la meditación se vuelve un medio para explicitar nuestro ser verdadero y creativo.  La meditación no es aparte de la belleza, la estética y el arte. En la música, en la pintura, en la danza, en la poesía, hay meditación. 

         

Luego está la meditación verbal. Un diario es un magnífica forma de meditación. Con lo cual aprovechamos para aclarar que la meditación no es solo colorcitos y soniditos (aunque también). Las palabras, los conceptos, el discurso, la racionalidad, también son parte de la meditación. Es la meditación como algo ya mental, analítico, que implica concentración y discriminación, lectura y estudio. Luego están por supuesto las meditaciones morales. Podemos hacer inventario y prácticas para limpiar nuestra vasija ética y moral. Podemos hacer ejercicios para despertar nuestros valores profundos. Desde luego hay meditaciones menos racionales que se apoyan más en la intuición y en la imagen. Las meditaciones que recurren a la visualización son infinitas, e incluyen formas e imaginerías de todo tipo. Es como abrir la caja de Pandora. Meditaciones para encontrar nuestra vocación, propósito y llamado en la vida. Sanación intuitiva. Visión extrasensorial / a distancia. Adivinación y consulta oracular. Viajes shamánicos o astrales. Nahualismo. Shapeshifting. Regresiones y vidas pasadas. Registros akásicos y conexiones noosféricas. Consumo de psicotrópicos y drogas sagradas. También podemos meternos al fascinante yoga de los sueños. 

         

Así es como vamos avanzando hacia planos cada vez más angelicales. Arquetipos, potencias espirituales, planos de luz. Es un paisaje muy sagrado. Conforme vamos introduciéndonos más el universo sutil, los downloads son más finos. Con esta sensibilidad, se va haciendo muy clara la voluntad de lo divino. 

         

No por hacer estas meditaciones tan delicadas tenemos por qué descuidar los otros planos. Al contrario, perder la conexión con el resto de nuestros centros, así los terrenales, puede ser muy peligrosos. En realidad todos los planos de la realidad deben ser continuamente purificados, sanados, balanceados e integrados.

         

Solo así podrán ser trascendidos. Trascender la realidad requiere de meditaciones particulares, que nos permiten descubrir nuestra naturaleza búdica, más allá de la persona, el tiempo y el espacio. Más allá de la mente limitada. No es que la conexión con lo absoluto niegue este cosas, pero posibilitándolas está más allá de ellas. El poder del ahora está muy bien, pero si no tenemos un encuentro fecundo con lo no–nacido, el proceso espiritual no pasa de ser barato entretenimiento. Para comprender que todos los eventos fenoménicos no son más que formas del vacío, ciertas meditaciones esenciales son necesarias. Meditaciones como el Atma–vichara (en donde uno vuelve al Yo Soy puro), el Zen profundo o la Oración Centrante. Esta clase de meditaciones son las que nos permitirán “morir antes de morir”. Solo entonces podremos de veras existir, comprendiendo de modo experiencial y directo que el silencio no es ausencia de ruido, puesto que el ruido mismo es silencio. 

 

Un ejemplo de meditación muy relevante en mi caso es el que llamo meditación de la atención total, en donde reconozco, en todo aquello que se presenta espontáneamente en el campo de la experiencia, la naturaleza clara e inasible del ser.

 

 

Definición de la meditación

 

La meditación es utilizar conscientemente la consciencia para generar y sostener una variedad de estados y comprensiones. 

         

Semejante definición funciona como vasta sombrilla para un sinnúmero de artes que, si bien podemos llamar interiores, no excluyen el ritual ni la estructura externa. 

 

Bajo este criterio, la meditación bien puede incluir una ceremonia wiccan, una caminata por la naturaleza, una sesión tántrica sexual a dúo, una kata de karate, una práctica mística cristiana, un ejercicio de perdón, la escritura de un poema, un viaje en enteógenos, la indagación advaita, por igual y por ejemplo. 

 

No vamos continuar con la lista, porque es casi infinita. El punto aquí es decir que el criterio es inclusivo. Lo cual no quiere decir que no hayan otros criterios. 

         

 

Intención y atención

 

A veces para hablar de la meditación hablo de la intención y la atención conscientes. La manera en que uno utiliza la propia intención o atención consciente define, sin más, nuestra realidad. Constituyen nuestro último capital, el más valioso.

         

De acuerdo al esquema de la intención y la atención conscientes podríamos dividir la meditación en meditaciones activas y meditaciones pasivas. 

         

Las meditaciones activas buscan cultivar algo (sea un estado avanzado de concentración o de absorción, un campo de empatía, un poder de alguna clase, etcétera). Son meditaciones intencionales. 

         

Las meditaciones pasivas reciben y atestiguan la realidad sin pretender alterarla (meditaciones de atención plena, conciencia sin elección). Son meditaciones atencionales. 

         

Las meditaciones intencionales pretenden cambiar o crear estados mientras que las atencionales nos familiarizan con la naturaleza de los fenómenos y con el raíz del conocer mismo. 

         

Por supuesto, la gran mayoría de las meditaciones combinan lo intencional y lo atencional. Más aún, queda claro que toda atención es en sí misma intención, y que toda intención es atención.

 

 

¿Para qué diablos meditar? 

 

Se lo digo a otros: o aprendés a meditar o no vas a aguantar la vara, o vas a derrapar. Dominar el propio fluido consciente es esencial. 

         

En términos generales, meditar es la posibilidad más rica que te podés regalar a ti mismo. 

 

¿Para qué meditar? Hablemos del propósito inmediato de la salud y de la vitalidad. O del mismo placer de meditar. De la meditación como configurador de poder. Como conexión profunda. Como disparador expresivo, que aumenta sensiblemente nuestra creatividad y nuestro poder sináptico (según han demostrado las neurociencias, rediseña nuestro cerebro). Una forma de abrir nuestro ojo visionario y una manera neurónica de introducirse a otros mundos. Tu mente es como un colisionador: y puedes observarla, como lo haría un científico. Es la ciencia de la consciencia. Las meditaciones nos convierten en antenas, en receptores: vamos recibiendo todo tipo de downloads. La meditación nos trae integridad y sabiduría. Es la puerta de acceso al universo sagrado y lo absoluto inefable. 

         

Pero si bien la meditación tiene muchos propósitos, a la vez no tiene propósitos, ni metas. En zen a eso se le llama mushotoku. 

         

La meditación puede servir para dar sentido a nuestra vida, pero a la vez puede ayudarnos a trascender el sentido: el sentido de la meditación y el sentido a secas. 

 

 

Teoría, práctica y fruto 

 

He llegado a ciertas conclusiones. 

         

Una de ellas es que la teoría de la meditación es importante; la práctica de la meditación es importante; y el fruto de la meditación es importante. 

 

Es importante dar importancia a las tres cosas por igual. 

 

Cuando no le damos importancia a la teoría entonces no sabemos qué estamos haciendo, ni tenemos un contexto de comprensión para procesar la experiencia meditacional. 

 

Cuando no le damos importancia a la práctica, ocurre que nada ocurre: es como ir a un restaurante y ver el menú, pero no comer nada. 

 

Por otro lado, a veces no le damos importancia al fruto de la meditación, que es una manera de no permitir que la realización tome lugar, y nos quedamos en una práctica perpetua. Por no querer, consciente o inconscientemente, el fruto de la meditación, nos volvemos buscadores perpetuos. Y sin embargo el efecto de integración total de la meditación es importantísimo. La meditación no es elevarse a los cielos y no volver. Hay algo que finiquitar. Algo debe ser transfigurado.  

         

Correlativamente, a veces le damos demasiado importancia a la teoría, y nuestra meditación se vuelve seca, no pasa de ser una amasijo de palabras y conceptos. 

 

Cuando le damos importancia únicamente a la práctica, entonces no hay vasija de comprensión para articular la práctica y los cambios que contrae. 

 

Por supuesto, a veces estamos demasiado enfocados en el fruto, en el resultado. Entonces dejamos de gozar el proceso y la inspiración misma que lo ha despertado. 

         

La obsesión por el resultado puede llegar a ser tan grande que la única manera de desarticularla es comprendiendo que en cierto modo no se gana nada meditando. De ahí la relevancia de no esperar nada de la meditación. Paradójicamente, todas esas expectativas –las groseras y las más finas– que uno le impone a la meditación, son las que no permiten que la meditación explote, que haya una completa liberación. 

          

El estado meditativo no en un objeto a poseer en el sentido usual de la palabra, una externalidad que pueda ser devorada o domesticada. En verdad la meditación no es controlable. No es explotable. Es inasible. Pretender asirla es una forma de neurosis. 

 

No se puede meditar como quien viola a una mujer, luego de arrasar un pueblo. 

 

 

De la meditación dual a la meditación no dual

 

Convencionalmente, un meditador empieza haciendo meditaciones duales. Idealmente, termina haciendo meditaciones no duales. 

 

En la meditación dual un sujeto medita en un objeto.  Hay meditadores que prefieren las prácticas que se centran en el objeto de meditación. Meditadores que prefieren concentrarse en el sujeto que medita. Y luego meditadores que se establecen en el proceso relacional de la meditación. 

 

En una meditación más avanzada removemos la separación entre el meditador y lo meditado. El meditador y lo meditado son lo mismo. Naturalmente, hablar de dos universos no es del todo verídico. En realidad el modelo referencial de lo interno y lo externo es uno muy dudoso. La epistemología convencional nos quiere hacer creer que hay de un lado una entidad privada, subjetiva y consciente que atestigua un mundo objetivo y público. Pero, ¿dónde termina la subjetividad y termina la objetividad? ¿Se puede acaso trazar una línea divisoria? Esta unidad con el mundo puede darse más del lado del mundo, más del lado del sujeto o entreambos. En cierto modo, más que meditar, está siendo meditados por esa masa intrigante y venerable de eventos fenoménicos. “Nos sentamos juntos, la montaña y yo, hasta que solo quedó la montaña”, dice Li Po. Si el proceso místico es realizado, entonces el sujeto se da cuenta que el meditador, la meditación y el objeto meditacional no están realmente separados, sino forman parte de un mismo continuum o totalidad irrompible, lo cual puede darse como una percepción muy gozosa. 

 

En una meditación aún más avanzada, disolvemos esa unidad experimental en el principio mismo que lo atestigua. De tal manera que el meditador, lo meditado y la unidad de ambos es trascendida por completo. Nos disolveremos en nuestro naturaleza primordial, que es pura meditación sin objeto, sujeto o actividad. Es preciso que el meditador continúe su labor hasta darse cuenta que toda esa positividad cósmica constituida por el experimentador, el experimentar y lo experimentado está de hecho vacía. El meditador no es localizable, ni la meditación como tal, ni aquello que es meditado. Algunos tratan de aferrarse a esa nada como tal, reificándola. Pero una mirada ulterior nos revelará que esa nada misma está vacía. En realidad, no es una cuestión de domesticar a la nada por medio de una representación conceptual, sino de darse cuenta, intuitivamente, de que la realidad en su aspecto más profundo es pura nada consciente y radiante. 

 

Con ello, viene una revelación ulterior: esa nada radiante no es distinta del mundo y es el mundo. Nada, consciencia y mundo son inseparables, no pueden existir por aparte. La manifestación es pura libertad sensible y radiante.     Cualquier punto de la manifestación, sea el sujeto, objeto o relación entre ambos, es un portal a lo último y coemerge con él. Hemos llegado a la no dualidad. 

 

 

McMeditación

 

Nos encontramos en la primera parte del siglo veintiuno, y todo el mundo sabe algo, ha escuchado alguna cosa de la meditación, siquiera un rumor. La meditación ha vivido sucesivos booms a nivel popular. A ello contribuyó la colisión de Occidente y Oriente. 

         

Todo el mundo la practica, desde los superfamosos hasta la gente de a pie. La vemos en los parques, en los gimnasios, en los colegios, en las cárceles. Ha ido infiltrando darwinianamente todos los espacios de la vida intersocial. 

         

Muchos movimientos han contribuido a esa popularización y vulgarización de la meditación. Lo cual es bueno y es malo. Al vulgarizarse, la meditación se hizo democrática, sexy y accesible. Pero desde luego también perdió profundidad. Hoy inclusive la damos por descontada, cuando la meditación es un privilegio de los universos. 

         

Cuidado pues con la McMeditación, y el negocio en torno a ella. Una industria que deja incalculables réditos cada año, y en donde pululan la inocencia o charlatanería a partes iguales (con lo cual una buena dosis de discriminación es necesaria).

         

Pero no quiere eso decir que no haya algo extremadamente valioso en la meditación. Es algo que puedo decir por experiencia propia. 

 

 

Lujuria dármica

 

¿Soy un meditador realizado? No. Para eso tendría que ser como esos meditadores que se encierran en un retiro oscuro durante meses y años y décadas y no hacen más que meditar, ni siquiera duermen, por estar meditando. Son como atletas profesionales. Yo no soy más que un atleta aficionado, que hace deporte un par de horas al día. Lo cual de veras es insignificante. Comprendo plenamente mis límites como meditador.

 

Por otro lado no puedo negar que he meditado como un animal, durante ya varias décadas. La pura lujuria dármica, espiritual, me llevó a meditar continuamente y a explorar innumerables tipos de disciplina interior. Tengo en mi haber una colección interesante de experiencias contemplativas, que han transformado significativamente mi percepción del mundo y mi base de identidad. Que me haya picado el mosquito de la meditación es una de las mejores cosas que me ocurrió en la vida. No tengo ningún reparo en decirlo: sin la meditación, no podría con los tanates de la existencia condicionada. Honestamente, no sé qué hubiera sido de mí sin la meditación. 

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