Por ser un desequilibrado, me he interesado mucho en eso del equilibrio.
Todo y todos tenemos la inteligencia del equilibrio en nosotros. Es innato.
Desde luego, hay que crear las condiciones para que esa inteligencia se desarrolle en nosotros.
Cuando éramos niños aprendimos poco a poco el equilibrio físico. Y de igual manera como aprendimos a equilibrar nuestro cuerpo, ahora estamos aprendiendo a equilibrarnos emocionalmente. Quién sabe, puede que incluso aprendamos a equilibrarnos mentalmente.
El equilibrio mental es por cierto muy importante. El que no tiene equilibrio mental, está loco. El equilibrio es pues lo que garantiza que tengamos sano juicio.
Conseguimos este sano juicio, este equilibrio, a través de la mesura.
Hay algo de desmesurado, de excesivo, en el desequilibrio.
Es como tener un brazo significativamente más largo que el otro.
Cuando era joven el desequilibrio era mi razón de vivir. Para mí los únicos estados dignos eran los estados desequilibrados. Lo que me atraía era el exceso, y desarreglar, como diría Rimbaud, todos los sentidos. Es lo que me excitaba.
Pues hoy lo que me excita es la sobriedad, la prudencia, la vigilancia, que es mesura en acción.
Mesura es: no perderse en los extremos, no perder el sentido de nuestras propias capacidades y limitaciones.
Nos mantenemos vigilantes constantemente, en nuestra vida y cotidianidad, para no derrapar.
Esta vigilancia hay que aplicarla al propio equilibrio. Esto es: el equilibrio mismo ha de ser equilibrado.
Si hay muy poco equilibrio, no alcanzamos la estabilidad.
Pero si hay demasiado equilibrio, la perdemos.
Está claro que el equilibrio ha de ser mantenido; sin embargo, no queremos caer en una suerte de equilibrio neurótico.
El equilibrio neurótico es equilibrio desequilibrado, enfermo.
A menudo, está asociado al perfeccionismo.
Lo único que trae esta clase de equilibrio es tensión y rigidez, y una suerte de satánica simetría.
El antídoto a este orden enfermo es la imperfección.
Una abierta, blanda relajación.
Si el equilibrio no se relaja, no es equilibrio.
Relajarse supone dejar ir.
En cuenta dejar ir al ego que exige equilibrio como forma de seguridad: no hay nada más equilibrante que eso.
No hay nada más equilibrante que entender que el equilibrio no es un producto de nuestro ego equilibrante; en última instancia, es un don o gracia transpersonal.
A veces esa gracia viene en la forma de caos.
Nada como el caos para relajar el control.
Yo soy muy amigo del saludable caos y la sagrada locura.
Como siempre digo, el caos es parte del cosmos.
El desequilibrio es parte del equilibrio.
A menudo, para preservar el equilibrio, hay que perderlo completamente.
Perdiéndolo, lo ganamos.
¿Qué nos da el equilibrio, a todo esto?
Nos da centro.
Nos mantiene centrados.
Ahora bien, quiero dejar claro que equilibrio no es medianía.
Compréndase que cuando hablamos de equilibrio hablamos de un equilibrio que no rechaza los extremos.
De un equilibrio integral.
Cuando estamos centrados, estamos estables.
Sin embargo me gustaría decir que esta estabilidad no es –o no por fuerza– inmovilidad,ataraxia, stasis.
Puede parecerlo así a ratos, pero en realidad el equilibrio requiere ajustes constantes, aún si se trata de microajustes.
Estamos hablando de un equilibrio móvil y flexible, que está inmerso en un juego vivo y activo de fuerzas y contrafuerzas.
Vamos: estar equilibrados no es estar muertos.
Todo lo contrario.
El equilibrio es la esencia de la vida.