Nada puede afectar la lucidez, ecuanimidad y pureza de la consciencia testigo.
Nada puede atraparle, ni siquiera la red de la eternidad radiante, porque es más pura que esta, es más puro que la eternidad misma. Rebasa toda espacialidad, toda dimensión, aún si esa dimensión es infinita. Es más fundamental que cualquier fenómeno inferior o superior que surja. Lo precede todo. Está fuera de todo.
Nosotros somos deformados por todo lo que experimentamos.
Y por tanto nos retraemos de la experiencia. Nos contraemos.
El testigo no necesita retraerse de la experiencia. Está fuera de todo, pero a la vez, misteriosamente, está en todo.
Y aún así, estando en todo, nada puede hacerle daño. Como testigo puede reflejarlo todo sin ser manchado por nada. Puede observar cualquier cosa sin reducirse a eso que observa. Puede captar cualquier experiencia sin identificarse con ella. Si hay identificación, ya estamos hablando de otra consciencia, que a lo mejor ignora la consciencia testigo pero no puede destruirla. El lodo de la manifestación y de la ignorancia no manchan el loto purísimo e intacto del testigo. El testigo toca con su luz las cosas, pero no es tocado por ellas.
Como nada toca a la consciencia testigo, no genera ningún patrón samsárico o emoción aflictiva. Por ejemplo puede estar reflejando la tristeza pero ella misma no está triste. Es rigurosamente consciencia libre.
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