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La relación con el maestro


La relación con el maestro espiritual funciona o no funciona. 

  

No funciona

 

Si no funciona es porque en el fondo no hay relación o porque se trata de una relación malsana. 

 

Hablemos del primer escenario: no hay relación.

 

En otras palabras: hay una relación ausente, una inrelación.

 

Partamos de la premisa de que no relacionarnos con alguien es, de hecho, una forma de relacionarnos con esa persona. 

 

Por supuesto, es nuestra prerrogativa tener o no una relación con un maestro espiritual. 

 

A lo mejor nos funciona el esquema del autodidacta.

 

En lo particular no hay por qué juzgar al que decide privilegiar este esquema.

 

Es un esquema que posee definitivas ventajas.

 

Aunque por otro lado es importante reconocer las desventajas también, también definitivas. 

 

La principal de ellas es que nadie nos da feedback, desde luego. 

 

Y por tanto es extremadamente fácil perdernos en nuestras áreas ciegas y en nuestros propios delirios y en nuestras mismas sombras. 

 

Luego hay personas que evitan a los maestros espirituales, no solo por autodidactismo, sino porque desconfían de la figura del maestro espiritual.

 

Y bueno, no es que no hayan razones de peso para no confiar en los maestros espirituales, que han abusado de innumerables maneras de su posición, han incurrido consuetudinariamente en la charlatanería.

 

Otra cosa, sin embargo, es cuando proyectamos nuestros problemas con la autoridad en general, y nuestros problemas con la autoridad espiritual en particular, sobre el maestro.

 

Algo que se mira mucho en la postura antigurú. 

 

La postura antigurú tiene cosas sanas pero luego otras muy mezquinas e inmaduras. 

 

Quien no se atreva a matizar el asunto de los maestros espirituales es en sí mismo un charlatán y no sabe de qué está hablando. 

 

Hay personas que encuentran un particular gusto en tirar el bebé con el agua de la tina. 

 

Sin contar el hecho de que hay maestros que son de veras muy íntegros, muy respetables y saben a todas luces rendir los resultados. 

 

Como hay, por otro lado, seguidores que tienen un problema verídico para oler y detectar la mierda. 

 

Quizá habría que hacerse responsable de la forma en que elegimos a nuestros mentores.

 

Hemos hablado de la no relación con el maestro, ahora hablemos de la relación malsana con el mismo, que puede tomar tres formas principales: la relación de dependencia, de falsedad, de abuso. 

 

Para empezar, la relación de dependencia, de adicción, de excesiva cercanía. 

 

Es cuando el alumno ya no puede vivir sin el maestro. 

 

Con el escabroso resultado de que queda atrapado en su particular orientación. 

 

De que no logra desarrollar adecuadamente su propio maestro interior. 

 

Una relación así le condena a ser un discípulo perpetuo; es decir a nunca adquirir su propia maestría, a nunca ser su propio maestro, maestra.  

 

No hay nada de malo en ponerte “a los pies del maestro”, como se dice. 

 

Pero esto no es algo que hacemos porque somos parte de su patrimonio espiritual semoviente. 

 

Si seguimos al maestro es porque estamos enamorados de su libertad. 

 

Y de la nuestra: seguirle es una forma de afirmar nuestra propia libertad, no de entregarla.  

 

Especialmente si el maestro es detrimental, no queremos estar en dependencia de su persona. 

 

O como dijera el mismo Buda: «Si el viajero no puede encontrar maestro o amigo que lo acompañe, mejor es que viaje solo y no en la compañía de un necio».

 

La relación de dependencia fácilmente se vuelve una relación de facilitación.

 

¿Facilitación de qué? Los defectos y tramas oscuras del maestro, sus rasgos cúlticos, todo eso. 

 

Nos dejamos domesticar, endulzar, hipnotizar, o ya directamente abusar por el maestro, por el controlador.

 

Cedemos nuestro poder y autoridad al maestro y a su comunidad, y pasamos a ser un vulnerable insecto en una telaraña espesa. 

 

El maestro nos explota económicamente, nos agrede, nos posee de muchas maneras. 

 

Generamos comportamientos defectuosos, defectuosas palabras, defectos de carácter, en nombre del maestro.

 

Defectos que siempre nos encargamos de sublimar y espiritualizar.  

 

Y si alguna vez procuramos desvincularnos del maestro, este, y su comunidad, nos provocan alguna clase de gaslighting, nos inyectan culpa, nos hacen sentir que abandonarle es una debilidad de carácter o de devoción, un error casi teológico, que traerá maldición y escarnio a nuestra vida toda.  

 

Y por supuesto, nos aplastan con el mensaje de que seremos incapaces de vivir sin él. 

 

A veces la cosa es al revés: somos nosotros quienes procuramos controlar al maestro, establecer una relación de control y abuso para con el maestro. 

 

Una forma gentil por medio de la cual procuramos ejercer alguna clase de presión sobre el maestro es a través de una relación de domesticación.

 

Quisiéramos pacificar al maestro, como a un cachorrito.  

 

Lo hacemos de varias formas: sobándolo y cebándolo, y de tantas otras maneras.  

 

Desde luego, un maestro domesticado ya no representa un peligro para el ego. 

 

Antes bien se vuelve un objeto que podemos coleccionar y colgar en la sala de nuestra casa, algo bonito que podemos mostrar a nuestros amigos, una selfie espiritual, que nos da y otorga un tibio, mullido orgullo, como una mascota de raza. 

 

A veces procuramos directamente comprarlo. 

 

Como si fuera una prostituta. 

 

Lo reducimos a una transacción mercantil. 

 

Hacemos donaciones, por ejemplo. Esas cosas. 

 

Y con ello nos aseguramos una primera fila en la iniciación. 

 

Otra posible ruta es la seducción y la posesión. El maestro ha de ser seducido, hechizado, hipnotizado, embrujado y poseído, incluso físicamente. 

 

O guardamos un vínculo extractivista con él, como si fuera una mina que hay que explotar. 

 

Algunos quisieran cortarle el pie al maestro con una sierra y llevarlo a casa. 

 

Y no solo eso: impedir que otros lo tengan. 

 

Esto crea sismas tremendas en las comunidades.

 

¿Qué hay de esas personas que se dedican a agredir el maestro?

 

Después de prácticamente adorarlo, ahora lo desprecian profundamente. 

 

Quizá sintieron que el maestro no está llenando la cuota de atención o expectativa que tenían en mente, y entonces optan por una despotricación calumniante, litigante, revanchista, que puede ser deliberada o ya inconsciente. 

 

Lo cual puede hacerle mucho daño a él, y a su comunidad. 

 

Otro signo de disfuncionalidad es cuando empezamos a crear un relato de victimización. 

 

Es otra manera de codependencia, y otro modo en que el ego resiste su muerte. 

 

Pero el maestro sin duda no está ahí para complacer el ego.

 

Y eso el ego lo sabe.

 

El maestro es una relación peligrosa a los ojos del ego. 

 

Con lo cual culpa al maestro de injurias inexistentes e inventadas.  

 

Una historia conveniente, editada y falsaria, se va formulando, en torno al maestro, y de cómo este nos ha hecho daño.  

 

El problema con la autovictimización es que es una forma de autosabotaje. 

 

Saboteamos nuestro proceso espiritual a través de dicha autovictimización. 

 

Es así. 

 

También se ha visto que otra forma de relacionarnos malsanamente con el maestro es el aislamiento y la desconexión.

 

No nos entregamos a la mentoría, no facultamos la intimidad necesaria. 

 

Esto bien puede darse como una desconexión activa o pasiva. 

 

O evitamos activamente al maestro, o bien estamos ahí, pero en realidad no estamos, es decir estamos como escondidos. 

 

Si no conectamos con el sistema de energía del maestro, a través de la intimidad, nunca obtendremos el poder o bendición necesario para transformarnos. 

 

El maestro es la fuente de la bendición. 

 

Ya vimos que nos podemos relacionar con el maestro a través de la dependencia, el abuso, la victimización, la desconexión. 

 

Le podríamos agregar otra categoría que es la falsedad y la negación, la mentira o la ignorancia. 

 

Formas de relación falsa con el maestro hay muchas, estoy limitándome a mencionar algunas. 

 

La forma más fácil de relación falsa es la proyección, un mecanismo de defensa por medio del cual proyectamos nuestro material inconsciente en los otros, en este caso el maestro. 

 

Así, lo que vemos no es el maestro, sino una fantasmagoría de nuestra propia mente. 

 

A veces proyectamos en el maestro una imagen demónica, una imagen del padre, o una imagen del amante. 

 

El maestro se vuelve el objeto de nuestra sombra. 

 

Una forma particular de proyección es la sublimación.

 

Proyectamos en el maestro toda clase de cualidades sublimes y doradas. 

 

Lo consideramos extraordinario y sobrehumano.  

 

Desde luego eso viene con una expectativa.

 

Y odiamos al maestro por no cumplirla.  

 

Asimismo pasa que cuando nos damos cuenta que el maestro de hecho es ordinario y de hecho es humano, adviene un desencanto muy doloroso. 

 

La otra forma falsa de relación es cuando absorbemos los rasgos del maestro en nosotros, tomándolos además por propios.

 

Es un mecanismo hasta cierto punto normal, el problema es que pasado un umbral termina hundiendo nuestro proyecto de individuación. 

 

Sin duda una manera falsa de vinculamiento es la replicación. 

 

Alumnos que llanamente replican al maestro, le roban sus gestos, sus palabras, sus pensamientos. 

 

Esto nunca va a funcionar. 

 

Copiar no funciona. 

 

Copiar no ilumina. 

 

Eso es ver el dedo y no la luna. 

 

Eso es perderse la instrucción, por imitar la referencialidad. 

 

Nos pasa a todos, por cierto. 

 

Pero la idea no es mimetizar al maestro sino en todo caso utilizarlo como medio de contraste, para conocernos nosotros. 

 

Y, desde luego, desarrollar los principios que con tantísima paciencia nos va indicando. 

 

Por veces queremos fijar o congelar al maestro en una versión del maestro. 

 

Es como editar el maestro, manipular su imagen, sacar del cuadro lo que no nos parece conveniente de él. 

 

A menudo fijamos al maestro en una versión reducida del maestro. 

 

Lo minimizamos de alguna forma, lo hacemos más pequeño o menos complejo de lo que realmente es. 

 

Lo bueno es que un buen maestro no aceptará el rostro que quieras imponerle.

 

Supongo que es buen momento para aclarar que en el momento en que la relación se vuelve controladora, mercantil o sexual, la relación maestro–estudiante efectivamente se acaba. 

 

Ni el dinero, ni el placer, ni el poder, ni prestigio, pueden ser el centro de la relación alumno–maestro.

 

Si hay dinero, si hay placer, si hay poder, si hay prestigio, entonces controles y contrapesos son necesarios.

 

Una relación sexual o sentimental es muy delicada, muy peligrosa, en este contexto. 

 

Posiblemente inmoral.

 

Seguramente distractora.  

 

Raras veces funcional. 

 

Cuando funciona es porque no obedece a ninguna dinámica de poder, porque está debidamente consensuada, porque es pública y no secretiva, porque no contiene sombras psicológicas, y porque es llevada con extraordinaria madurez. 

 

Lo cual, dicho sea de paso, es prácticamente imposible. 

 

 

Funciona

 

Algunos dirán que si un maestro espiritual te cobra dinero no es un maestro espiritual. 

 

Pero una relación concreta, material, no solo no es por fuerza mala, de hecho ayuda a dar claridad a la relación.

 

No hay ambigüedad en el intercambio: tú me das dinero y yo a cambio te doy las enseñanzas. 

 

La relación tiene ese cariz contractual. 

 

Nada malo hay en darle dinero o algo material a un maestro, si este lo permite. 

 

Algo le tenemos que dar al maestro. 

 

No necesariamente dinero. 

 

Pero le vas a tener que dar en todo caso tu atención, tu devoción o tu esfuerzo.  

 

Y en algunos casos, sí, tu dinero. 

 

El dinero le permite al maestro dedicarse a algo que no podría hacer, o haría mal, si no cobrase. 

 

Ser un maestro espiritual es un oficio, como lo es ser carpintero o asesor económico. 

 

¿Por qué le vas a pagar a un plomero, a un músico, a un juez o a una maestra convencional y no le vas a pagar a un maestro espiritual?

       

Para él hacer lo que hace, y sobre todo para hacerlo bien, necesita condiciones. 

 

Solo hay que asegurarse de que la transacción sea justa y clara. 

 

Pero luego hay que entender que eres sobre todo tú el que necesita pagarle a él, más que él ser pagado. 

 

Él siempre estará cubierto y asistido.

 

Lo que hay que entender es que cuando uno paga por algo, uno le da valor. 

 

Y si algo tiene valor son las enseñanzas dármicas. 

 

No es que solo tengan valor económico: valor económico es lo mínimo que tienen. 

 

Y ese valor será en todo caso siempre simbólico, en relación a su valor auténtico, a su incalculable valor. 

 

En base a todo esto, no podemos no cobrarle al estudiante. 

 

En HALO a veces le cobramos al estudiante la cifra simbólica de un quetzal. 

 

Es lo que cobramos cuando no queremos cobrarle. 

 

No queremos cobrarle, pero le cobramos igual, porque no podemos no cobrarle. 

 

¿Por qué no podemos no cobrarle, por qué no podemos darle las enseñanzas gratis?

 

Porque hay que pagar por las enseñanzas. 

 

Hay reglas, y son espirituales. 

 

Todo para decir que lo tangible, lejos de ser disfuncional, es muy sano, en la relación maestro–discípulo. 

       

También es bueno que la relación sea íntima. 

 

Entre un maestro y un alumno debe haber mucha intimidad, en ambas direcciones. 

 

Íntima no quiere decir sexual, ojo, aunque hay ciertos maestros que tienen esa clase de relación con alumnos y alumnas. 

 

No somos moralistas, no juzgamos esa clase de relación a priori, puede traer una forma poderosa de comunicación, especialmente en el camino tántrico, pero es algo que HALO no cultiva. 

 

¿Por qué no lo cultiva? 

 

Porque no va con su estilo de vida, porque no le interesa, porque está muy consciente de la relación de poder que se da entre el alumno y el maestro, porque bien puede dañar a cualquiera de las partes, y el proceso espiritual mismo. 

 

Pero aunque no sea sexual, la relación sí ha de ser desnuda.

 

De hecho, sin ser sexual es sexual, en el sentido de que la transmisión es penetrante. 

 

Un alumno ha de abrir metafóricamente las piernas, para que el maestro deje en su interior la semilla incandescente de la iluminación. 

 

El alumno tiene que atreverse: atreverse a dejarse inseminar. 

 

Si se queda en la periferia, no recibirá nada. 

 

La relación con el maestro es una relación apasionada, como una flama.

 

Dices al Maestro: «Maestro, toma mi cuerpo; Maestro, toma mi voz; Maestro, toma mi mente».

 

Desde luego, hay niveles de entrega o compromiso: hay una entrega débil, una entrega mediana, y una entrega incondicional, total.

                                    

Esta entrega traduce una relación que es para siempre.

 

En HALO no pedimos esto último a los estudiantes, pero es un tipo de relación que se puede dar con el maestro, y hay que mencionarla.  

                                    

Así pues, la relación con el maestro, para que funcione, ha de ser concreta e íntima.

 

Además, ha de ser exigente.

       

Es una relación difícil, ardua, incluso podría decirse que es peligrosa. 

 

Peligrosa para nuestro ego. 

 

El maestro va a insultar nuestro ego de muchas exigentes maneras.  

 

Luego, hay un aspecto muy bello de la relación con el maestro, el aspecto de la devoción.

 

La devoción empieza con el respeto. 

 

El respeto, de uno y otro lado, ha de ser constante. 

       

El maestro merece una etiqueta mínima, aunque él mismo no te la esté pidiendo. 

 

Hay cosas que hay que hacer y que no hay que hacer con tu maestro. 

 

Es tan simple como eso.

 

Luego no queremos crear una relación de excesiva familiaridad con el maestro, cosa que no es deseable.  

 

El maestro te ama, pero no es tu amigo. 

 

Se te recomienda vivamente no olvidar que el maestro no es tu amigo. 

 

Si es tu amigo, es aparte. 

 

No es tu amigo, ni tu amante. 

 

La devoción incluye el respeto, pero va más allá del respeto. 

 

No hablamos de devoción ciega, está claro que queremos mantener nuestros filtros críticos. 

 

El estudiante sostiene al maestro y el maestro sostiene al alumno: tal es el contrato. 

 

No es un contrato burdo: si el maestro le está dando al alumno un amor incondicional, fuera de los juegos personales, lo mínimo que puede hacer el alumno es regalarle algo genuino de sí mismo. 

 

No le damos a nuestro maestro una postración vacía; ponemos a sus pies nuestro fuego interior.

 

Pero nuevamente todo este amor ni siquiera es para el maestro, que no lo necesita o pide, es para el alumno. 

 

No hay nada más nutritivo que sumergirse en la atmósfera del maestro y saturarse de su presencia.

 

Es una inmersión total. 

 

Piensas en él, y lloras, de la pura gratitud. 

 

Sueñas con él, y es la mayor bendición.  

 

Poco a poco, nuestra entrega se convierte en auténtica adoración. 

 

Ponemos al maestro encima de nuestra cabeza, y nuestro maestro pasa a ser nuestra corona. 

 

Este diamante incalculable está, en toda jerarquía, arriba de nosotros. 

 

Hay otro lugar sagrado en donde poner o visualizar al maestro, y es en el corazón, con lo cual el maestro reside ya en nosotros, en el centro de nuestro sistema de realidad. 

 

Es el maestro vivo, de donde brota la sangre del despertar.

                             

En el gurú están el poder, la inspiración y el salto. 

 

Es borrando los límites entre nuestra mente y la mente del gurú que nos damos cuenta que somos ilimitados.

 

Suplicamos al maestro para que se quede y se le ofrece el universo entero, para que de ese modo siga enseñando. 

 

Si el maestro no se siente necesitado, simplemente desaparecerá.

 

Si no hay alumno, no hay maestro. 

 

Uno es dependiente del otro. 

 

A veces, sí, el maestro se va, se va, se pierde en su éxtasis brutal, en su luz intoxicada, en su indomable insondabilidad, y la única manera de regresarlo a este plano es cantándole palabras dulces y mantras devotos al oído. 

 

Con este llamado, el maestro recuerda que otros le necesitan.

 

En cierto modo, el alumno está compitiendo con los seres celestiales, que siempre están llamando al maestro hacia otro ámbito.

 

Necesitamos al maestro, para convertirnos en maestros. 

 

La larva que vive en la naranja se vuelve la naranja. 

 

Que nuestra relación con el maestro sea devota no quiere decir que sea rígida o increativa. 

 

Horror.

 

El maestros no quiere alumnos monolíticos y aburridos, sino frescos, bellos, imaginativos e inteligentes.

 

Y también honestos. 

 

No podés ser falso con el maestro. 

 

Sin honestidad no hay intimidad y sin intimidad no hay bendición, tan simple como eso. 

 

Pero además a un maestro no le podés mentir, te conoce, conoce tus juegos idiótico y deceptivos. 

              

Mantengamos las cosas serias. 

 

La relación con un maestro es muy seria. 

 

No seria en el sentido de que no hay lugar para el humor y la liviandad y algunas transacciones ordinarias, que de hecho son importantes. 

 

Es seria sobre todo en cuanto a que las consecuencias kármicas son más pesadas. 

 

La relación con el maestro es la más seria de todas las relaciones, acaso. 

 

Una cosa es ir al centro espiritual a la boutique de yoga, jugar a visualizar deidades exóticas, viajar a la India a tomarse la selfie espiritual, amontonar retiros sonrientes de fin de semana... 

 

Pero otra cosa es dejarse penetrar por una tradición espiritual, por un linaje y por un maestro. 

 

Si el primer escenario es como darse un beso sin consecuencias con el novio en el parque, el segundo escenario es más como una penetración completa. 

 

Es como que te incrustaran algo tangible y foráneo dentro, que a lo mejor terminará produciendo toda clase de responsabilidades no deseadas.

 

Por cierto que la responsabilidad es otra marca de sanidad, en nuestra relación con el maestro. 

 

La relación con el maestro nos abre al mundo de la responsabilidad radical, y es ella misma una radical responsabilidad. 

 

Empezando porque que la relación con un maestro crea un nexo kármico difícil de desmantelar, incluso de varias vidas, por tanto si vamos a crear ese nexo es importante que lo hagamos conscientemente. 

 

Cuando un maestro asume un discípulo, está asumiendo su karma, en cierto modo. 

 

Las acciones mentales, verbales o físicas del discípulo literalmente pueden debilitarlo, por eso la responsabilidad del discípulo de mantenerse impecable. 

 

Y mantenerse claro. 

 

Lo primero y más importante es establecer una conexión clara con el maestro: con su esencia, su mandala y su actividad.

 

Cuando el compromiso está sucio, el maestro vomita.

 

Entre tener una relación ambigua con tu maestro y no tener maestro alguno es mejor esto último.

 

Cuando no hay una relación clara con el maestro vienen un montón de obstáculos. 

 

Lo peor es que se pierde la profundidad y el misterio de la relación.

 

Con un poco de claridad y un poco de equilibrio se puede llegar muy lejos, muy lejos. 

 

Como ya dijimos, tiene que haber intimidad, pues sin intimidad todo se vuelve abstracto. 

 

Pero luego también el espacio y la distancia son buenos. 

                            

Un poco de inaccesibilidad es buena. 

 

¿Qué tan próximo debe el discípulo acercarse al maestro? Depende de la circunstancia y depende de la forma de ser del discípulo. 

 

Se dice a veces que si el fuego del maestro está demasiado lejos te da frío; y si el fuego del maestro está demasiado cerca termina quemándote.

 

Por supuesto, no es cuestión de manipular la distancia para regular la confrontación. 

 

Por ejemplo hay personas que se alejan excesivamente del maestro para no tener que ser confrontadas.

 

Otras hacen exactamente lo contrario, con el mismo fin. 

 

Una cosa última: el punto de ir con un maestro es adquirir nuestra propia maestría. 

 

Al final lo que queremos es conseguir es autosuficiencia. 

 

¿Cómo vamos a conseguirla si somos dependientes de su persona? 

 

Es cierto que hay una autonomía deletérea, inflamada, absolutamente detrimental. 

 

Pero luego hay otra independencia, muy necesaria, en donde uno de veras entiende que está solo en la realidad desnuda, y echa a andar todos sus poderes internos para hacerle frente a la vida. 

 

No tiene sentido acurrucarse en ningún lado, por ejemplo en los brazos del maestro espiritual. 

 

¡El maestro no es tu baby sitter! 

 

Es hora de crecer. 

 

Es hora de entender que estás gloriosamente solo. 

 

Libros, prácticas, maestros, dioses: nada de eso te salvará.

 

El maestro es como dulce heroína: por eso mismo hay que dejarlo.

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