La vez pasada escribí un post acerca de un tema suficientemente denso: el infierno.
Escribiré ahora de un tema más luminoso.
Escribiré de la belleza.
La belleza es uno de los atributos divinos, junto con la bondad y la verdad.
Lo divino tiene muchos rostros, y muy profundos, en particular estos: belleza, amor, verdad.
Se ha dicho que en la espiritualidad el énfasis está en la verdad o la bondad, y menos en la belleza.
Pera la belleza es divina, lo divino es bello, es sublime. Bello es lo sublime.
Por demás, la belleza reside en los otros atributos: la bondad es bella, lo es lo verdadero.
La Majestuosidad Calcinante de Dios
Hace rato que quería tocar el tema sensible de la belleza.
El tema de la belleza siendo el tema del Esplendor de Dios.
El tema de la Gloria de Dios.
El tema de la Majestuosidad Calcinante de Dios.
Sabemos que la estética es una de las ramas más importantes de la filosofía.
Desde luego, en esta nota (que solo es eso: una nota, un apunte) me interesa abordar el fenómeno de la belleza, no como podría hacerlo un filósofo o un historiador o un crítico de arte, sino desde la mística como tal.
Entendiendo la belleza como faz, encuentro y expresión del espíritu.
En mi opinión, es uno de los temas más complicados que hay en la espiritualidad.
Es un tema incluso descuidado. Otros temas, como el amor, o la sabiduría, han recibido mucho más atención, como se ha dicho arriba.
Tampoco queremos sugerir que no ha sido abordada.
Por supuesto que ha sido abordada.
Así entre los sufíes, por dar un ejemplo impecable.
Entre mis maestros, los hay quienes han tocado el tema de la belleza: Krishnamurti, Trungpa, Adi Da, Wilber, Rupert Spira, entre otros.
Cuando el ego está cerrado, hasta las flores apestan
Yo defino la belleza, humildemente, como la coherencia del espíritu.
Es decir su armonía, que va creando subarmonías en todo el reino emanacional.
Si la belleza es la armonía del espíritu, ¿qué es la fealdad? ¿es acaso la fealdad la desarmonía del espíritu?
Dicho bien, el espíritu no admite desarmonía alguna.
La fealdad es antes bien la atmósfera degradada y desalineada que se crea en el ego cuando el ego se contrae, se retira de lo divino.
Cuando el ego está cerrado, hasta las flores apestan.
Cuando el ego está abierto, en cambio, incluso lo feo es divino.
El que tiene abierto el ojo del espíritu encuentra proporción en lo más desproporcionado.
Es así.
La belleza es inagotable
Lo que hay que retener es que la fealdad fundamentalmente no existe.
Lo que existe es más bien nuestra renuencia a ver la belleza y habitar la luz de Dios.
La belleza es inagotable y lo informa todo.
Si no estamos percibiendo belleza en nuestro mundo tendríamos que interrogar antes que nada nuestra capacidad de percibirla.
Por tanto, y siguiendo Huxley, correspondería abrir las puertas de la percepción.
Su cita exacta: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito”.
El glow
Toda armonía emite un esplendor, un brillo y una irradiación.
La belleza siempre desata un perfume.
De hecho una forma de encontrar el esplendor de Dios, es decir su belleza, es por medio de su fragancia.
Entendamos que la armonía y el brillo de la armonía son lo mismo. El esplendor y el resplandor no son desiguales.
Por demás, el glow de la belleza es muy atractivo, siempre está sangrando.
Lo cual es incluso peligroso, porque si el ego no se ha liberado del deseo, quedará atrapado en la miel del glow.
La belleza tiene esa cualidad seductora.
Se ve por qué asocian a veces la belleza con el diablo y la serpiente.
Pero no solo el diablo es atractivo, y si lo es es porque está usando –usurpando– el magnetismo, el carisma del ser.
Así es. La belleza es carismática.
A veces digo que la verdad es la evidencia del ser; la bondad su calor; la belleza su atractivo.
Ese atractivo está en el reino de la forma, en el reino del espacio y en el reino de la presencia pura.
La presencia pura es pura atracción.
El ser es fascinante.
Lo atractivo del ser hace que nos fijemos en el ser, y que respondamos al ser de particular manera.
La belleza antes–después del despertar
Antes del despertar, así llamémosle, nuestra relación con la belleza es reseca y problemática.
Generalmente queremos poseerla y retenerla (o correlativamente expulsar la fealdad).
Digamos que el ego quiere apropiarse de la belleza que cree no tener.
Pero como ya dijimos, nada es feo: lo feo es creer que lo feo existe, adentro o afuera de nosotros.
Toda nuestra energía estará concentrada en sacarnos de encima la fealdad, en no permitir que la fealdad ingrese a nuestro mundo.
Es evidente que lo feo es realmente un producto y un efecto de la separación.
Si la belleza duele tanto a veces es porque el ego se siente aparte o ajena a la belleza, exiliado de la misma.
Toda vez que el ego encuentra la belleza, le duele.
Y eso es porque esa belleza enmarca su propio sentimiento de fealdad.
Por decirlo así: la belleza en este contexto egoico solo refuerza la separación de la belleza.
Es un dolor muy particular, como una nostalgia que te desgarra.
Tienes la belleza enfrente pero no te sientes parte de ella, por tanto la extrañas, aún teniéndola enfrente y sintiéndola a fondo, y justamente porque la estas sintiendo a fondo y la tienes enfrente.
Así pues, el ego va a hacer lo posible por apoderarse y apropiarse de esa belleza.
La ironía es que todo lo que hagas por capturar la belleza, que es incapturable, inretenible, solo desertificará y afeará tu mundo. Te alejará de la belleza.
Terminarás con una copia pálida de la belleza.
A veces, en vez de perseguir la belleza, el ego prefiere destruirla.
Para el ego la belleza es amenazante, porque le recuerda, por contraste, su fealdad.
La belleza de una canción puede ser tan vasta, y excedernos de tal manera, que nos hace sentir profundamente incómodos. Nos aterroriza, incluso. Hay bellezas que son horrores.
Digamos que no todos están en capacidad de soportar el esplendor de Dios.
Tanto es así que queremos destruir la belleza, colapsarla. Golpearla y golpearla, hasta que solo quede un pedazo de carne irreconocible.
O simplemente nos volvemos insensibles a ella. Gélidos.
Pero después del despertar la relación con la belleza deja de ser problemática.
Ya no somos uno queriendo encarcelar la belleza (o lo que es igual: rechazando la fealdad) porque nosotros mismos somos la belleza.
Somos todo y la belleza que hay en todo.
Cuando la belleza surge, la siento, la amo, pero no me engancho, porque esa belleza no es aparte de mi ser, ni es algo de lo cual carezco, esa belleza es mi belleza, soy yo expresándome ante mí, en mí.
Por demás, el despertar nos ha dado el don del vacío, y en el vacío nada es. Lo cual posibilita que la irradiación de la belleza no nos queme o calcine.
Antes del despertar éramos un pequeño ego aplastado por la magnificencia del ser, por la abrumadora energía transpersonal de la belleza.
Ahora que somos nada, la belleza pasa a través de nuestra inexistencia sin hacernos daño y ella misma es inexistente, pero aparente, como un arcoiris.
No hay ya necesidad de insensibilizarnos a la belleza, de negarla o ignorarla.
La belleza es un recordatorio de mi condición divina, no de mi condición gusánica.
Somos ya lo ilimitado reconociendo la gloria y magnificencia de nuestro ser en el espejo de lo real.
Agradecemos la belleza que vemos por todos lados, que ya no podemos no ver, porque nuestra sensibilidad es ya la sensibilidad de un iluminado.
Despertar no es perder la sensibilidad, no es dormir. La sensibilidad se exacerba con el despertar.
El despertar amplifica nuestra sensibilidad y nos da el poder de sostener la gloria violenta del espíritu.
Desde luego hay artistas no particularmente despiertos con una enorme sensibilidad.
Pero aún sin estar formalmente despiertos, viven la belleza a un nivel definitivamente transpersonal, como algo que rebasa su ego. Ese ego de hecho es disuelto momentáneamente.
El problema es cuando el ego del artista no despierto se regenera, porque entonces se apodera retrospectivamente de ese estado transpersonal o flow, lo reclama para sí.
Incluso a veces reclama la energía durante el mismo estado transpersonal, disipándolo, convirtiéndolo en el acto en antibelleza o pseudobelleza, en niebla y ceniza.
Lo cual es una maldita lástima, porque el artista de hecho podría usar tales aperturas para iluminarse.
Recepción, contenimiento, emisión
Supongo que ahora es un buen momento para hablar del arte.
El propósito del arte, puesto simple, es develar el esplendor del ser.
El arte es el proceso que nos permite comunicar con la la poesía, entendiendo aquí la poesía tanto como el medio para accesar la belleza, como la belleza misma que está siendo accesada, como el acceso mismo, como lo que nace y surge de dicho acceso.
Quede claro que cuando hablamos de arte no estamos hablando necesariamente de ese arte que vemos en las galerías y del cual hablan los críticos. No estamos hablando estrictamente de arte formal.
Arte es cualquier cosa que nos conecta con la armonía, que eleva nuestra sensibilidad hacia la armonía, hacia la supercoherencia divina. Esa es mi definición mística del arte.
El arte es una orientación del cuerpo y la consciencia que nos permite comunicar con la belleza y que la belleza comunique a través de nosotros.
De igual manera que no hace falta incurrir en el arte formal para establecer esta comunicación, no hace falta ser artista formal.
En realidad, todos somos artistas, o podemos serlo. El arte no está reservado para una cúpula de genios intocables.
Seamos o no artistas formales, el arte sí que exige ciertas cualidades. Exige apertura a la belleza. Exige amor por la belleza. Exige participación en la belleza.
Estas tres cualidades representan el proceso artístico todo, que se divide de esa cuenta en tres movimientos: un movimiento de sensibilidad, uno de inspiración, otro de expresión.
Por supuesto, todo eso constituye un solo movimiento, una sola herida brillante, pero lo estoy partiendo un poco artificialmente en tres, para entenderlo mejor.
En efecto, el arte es lo que recibe, celebra y eleva la armonía del ser y su carisma.
Recibimos la belleza, como si fuéramos espectadores pasivos; eso crea un estado de exaltación o inspiración; ese estado de exaltación busca expresarse o refractarse.
El artista se vacía en la contemplación o aprecio de la belleza del ser; la belleza del ser llena ese vacío, saturando al artista; que se desborda y ha de liberar esa energía estética.
Hay una recepción, un contenimiento, una emisión.
La sensibilité
Me gustaría enfocarme en la primera parte del proceso, cuya naturaleza es más bien pasiva o receptiva.
Esta receptividad demanda sensibilidad.
Por supuesto la sensibilidad artística no se limita a la contemplación receptiva de la belleza, pero ciertamente empieza ahí.
La sensibilidad como yo lo veo es una atención o percepción especial, un tipo singular de consciencia.
Esa consciencia nace de un aprecio profundo de la belleza.
A veces defino la belleza como la armonía del ser, y a veces la defino como la sensibilidad a la armonía del ser, solo para resaltar la importancia de la sensibilidad.
La belleza no es posible sin la sensibilidad a la belleza. La sensibilidad es la condición de la belleza. Y la condición de la praxis del arte.
La belleza no está en el ojo del observador. La belleza está en todos lados. Pero un observador sin ojo no sabrá verla. Si el observador está contraido en su propio mundo limitado, si no está abierto, si está obsesionado con su miedo y su contracción, no sabrá verla.
La belleza requiere pues apertura.
Lo bueno es que la misma belleza nos abre, crea la apertura a la belleza.
Esta es la gracia de la belleza, que nos dispone a ella misma.
Pero de nuestra parte tenemos que practicar la sadhana, la sadhana estética.
La belleza en sí no es realmente creable o cultivable, lo cultivable es la sensibilidad. No es infrecuente escuchar a un gran artistar declarar que se percibe a sí mismo como un mero vehículo o canalizador de la belleza, no su creador.
Claro que hay un aspecto creador y creativo en el oficio artístico, pero ningún artista forja el brillo del ser.
Configuraciones únicas
Lo mismo con la inspiración.
La inspiración es un don, un regalo, una gracia. Algo que acaece.
Somos inspirados, más que autoinspirarnos.
Somos inspirados por la cualidad pura de la belleza, que inspira y deviene inspiración.
La inspiración es la energía de la belleza en nuestro ser.
Es lo que pasa cuando la belleza nos habita, nos preña.
La inspiración es un estado de unificación con el resplandor, con el ser de la belleza. Es como hacer el amor con ella.
La marca de la genuina inspiración es la frescura.
La inspiración es una energía increíblemente fresca.
Si no hay frescura, eso no es inspiración y de hecho no es belleza.
La inspiración no puede ser replicada, automatizada o generada artificialmente, performativamente.
Lo que antes funcionaba ahora ya no funciona.
Esa configuración que antes nos daba tanto jugo y creatividad ya no refleja el esplendor del ser.
Una canción que antes nos elevaba ya no nos eleva, ya no posee esa magia ni esa libertad por así decirlo.
La inspiración no es propiedad inherente de la canción. La belleza no es propiedad inherente de la canción.
Cuando la canción nos prendía era porque había una alineación muy especial y misteriosa entre la coherencia del objeto estético, la coherencia del sujeto estético y la coherencia del intercambio.
Pero esa alineación no siempre está ahí.
Y sin alineación no hay electricidad, no hay frescura.
Lo lindo es cuando la frescura está en todo el proceso, desde la recepción, pasando por la inspiración, hasta la expresión o canalización misma.
Pero, nuevamente, esa frescura no puede copiarse, solo puede propiciarse.
La originalidad no viene en fórmula o en algoritmo.
Viene en inspiración.
Hay una relación directa y fascinante entre la inspiración y la originalidad.
En general, hay una relación directa, dilecta y fascinante entre la belleza y la singularidad.
La belleza ama las configuraciones únicas.
La viralización de la belleza
Así fecundados por la belleza, una pasión enorme se gesta en nosotros.
Pasión que ha de brotar como expresión artística.
La expresión es la parte penetrante de la inspiración, así como la contemplación es su parte pasiva.
De la inspiración se desprenden relaciones, ritmos.
Es decir que la belleza genera belleza, la coherencia genera coherencia, la armonía genera armonía.
Tocados por la belleza, con ella tocamos.
Es la inflamabilidad o viralización de la belleza.
Respondemos a la belleza con más belleza.
Participamos activamente en la belleza.
Se trata de una participación lúdica y creativa, que presupone toda clase de derivas, de búsquedas y encuentros.
El artista juega con las cualidades de la belleza, y eso lo exporta al canvas, a la partitura, a la cuartilla.
Si somos artistas no formales, a la mera cotidianidad.
(A veces la expresión de la belleza es una simple sonrisa.)
Generalmente la expresión de la belleza se vehícula a través de alguna clase de ritual artístico, que tiene su meditación, su liturgia y su lado práctico, incluso artesanal: su oficio.
El ritual artístico faculta la expresión de la belleza, pero también la magnetiza y la sujeta.
El ritual eleva nuestro neuroatención al hecho estético, contiene el orgasmo de la belleza, y a la vez lo irradia.
No hay artista sin ritual.
Para el escritor no es solo escribir, es escribir de cierta manera.
Por supuesto, para algunos artistas el ritual es tener un ritual distinto cada día.
El ritual condensa la belleza en un momento, en un espacio, en un surgimiento, en una coordenada creacional.
Y entonces resultaremos con la obra de arte, que es una suerte de coagulación de la belleza.
Si la obra es auténtica, la belleza la acompañará siempre.
Es como ver un Rembrandt: el esplendor está enamorado de la pintura, se diría, no la suelta.
En el mejor de los casos, la obra de arte será contemplada, servirá para generar alguna clase de chispa o incandescencia, que será a su vez liberada.
La energía estética no muere: solo se transforma.
Co–armonizando
A veces se dice que la belleza está en uno.
Así, lo que para unos es bellos para otros es horrible, negro y helado.
Eso nos llevaría a considerar que nosotros proyectamos la belleza en el mundo.
Y sin embargo no podemos negarle a la belleza toda objetividad.
Un atardecer es un atardecer, una catedral es una catedral.
Hay algo del lado del atardecer o la catedral que es armonioso.
Incluso la llamada belleza interior tiene algo de armonioso, de su propio lado.
En realidad, para que la belleza ocurra se requiere de una connivencia entre el sujeto observante y el objeto observado; para que la belleza acaezca, una suerte de sincronización entre el perceptor y lo percibido.
La armonía de la sensibilidad y la armonía de la forma co–armonizan.
En ese momento, tanto el sujeto como el objeto desaparecen, hay un colapso de la diferencia, un estado de no dualidad entre esto y aquello.
Veámoslo como un acceso, siquiera momentáneo, a un orden o belleza trascendente, que no depende ni del sujeto ni del objeto para ser.
Los realizados, que están más allá de toda dualidad, moran en esta belleza trascendente, y no necesitan del objeto ni del sujeto para alcanzarla.
Y es que la belleza es una cualidad que impregna la dualidad, pero no la requiere, y sin embargo no la niega, antes bien se expresa perfectamente a través de ella, a lo largo de sus múltiples niveles.
La danza entre lo eterno y lo urgente
En efecto, la belleza está en todos los niveles de dualidad del ser.
En el nivel de las formas groseras.
De las formas energéticas.
De las formas emocionales.
De las formas mentales.
La belleza también la encontramos en el nivel unitario de las formas eternas, de las cualidades eternas.
Y finalmente la encontramos en la esfera mismísima de la trascendencia.
A menudo la belleza compromete, magnetiza varios de estos niveles.
Toda para decir que la belleza no es solo de las formas limitadas, impermanentes.
Lo que sí es cierto es que hay algo de especial en la belleza efímera.
Hay algo de muy especial cuando asistimos al dramático surgimiento, a la lucha y la disolución de algo impermanente en la nada, en la noche, pero ello es especialmente cierto cuando ese algo es algo bello.
La belleza, de cara a la muerte, es dolorida y majestuosa.
Y eleva nuestra sensibilidad como ninguna cosa. La muerte reclama fervientemente nuestra atención.
La muerte, el encuadre total, exalta la belleza como ninguna cosa.
Ni siquiera los dioses pueden tocar y apreciar la belleza como nosotros los mortales.
Es posible que solo lo que muere pueda apreciar la belleza en todo su esplendor.
Esa es la razón por la cual lo inmortal juega el juego de la mortalidad.
Blake decía eso de que la eternidad está enamorada de las producciones del tiempo: ciertamente aplica a la belleza.
Por supuesto la belleza efímera solo es comprensible en relación a una belleza sin tiempo. Así que en realidad se da una danza entre la belleza sin tiempo y la belleza urgente, la belleza herida.
Y el asombro
Quisiera terminar diciendo que hay una relación muy especial entre la belleza y el asombro.
La belleza invita constantemente al asombro a tomar el té.