Hace rato que quería escribir del infierno. Finalmente pude hacerlo. Lo hice a la manera de un tríptico.
I) GEOGRAFÍA MÍNIMA DEL INFIERNO
Antes se decía que el infierno era un lugar físico y literal y hoy se dice que es un lugar metafórico. Hoy entendemos el infierno clásico como una metáfora para el estado de sufrimiento.
Supongo que estoy de acuerdo, pero añadiría que ese estado de sufrimiento tiene un rostro a la vez subjetivo y objetivo.
Por un lado el infierno es un estado psicológico. En cuyo caso podemos hablar de un infierno interior.
Pero todo infierno interior tiene también un correlato fisiológico, atmósferico y objetivo.
El infierno existe objetivamente.
Pasa que no existe necesariamente como lo describen Dante o los tibetanos.
Ciertamente, el infierno no es que esté metido allá abajo en la tierra.
Ni falta que le hace. Es perfectamente capaz de vivir y respirar sobre la tierra.
Por ejemplo, durante el furor de los bombardeos de 2016, Aleppo fue un infierno muy real. No fue un mero homenaje al infierno. Fue un infierno en sí mismo.
Podemos ver que en realidad Dante o los tibetanos realmente no fallaron con sus descripciones del averno.
Es decir, hay lugares así.
Han habido intentos muy resueltos por parte de la Iglesia de matizar la tradición del infierno, pero eso no debería de llevarnos al error de considerar que el infierno es meramente interior.
No lo es, claramente.
Es importante seguir manteniendo que hay una fenomenología objetiva del infierno.
Obvio: no es que el infierno sea un lugar con una coordenada única en el Waze.
Hay muchos sitios físicos diabólicos en el mundo y en el universo.
Y aunque unos pueden ser muy duraderos, en realidad no son fijos o permanentes. Surgen en acuerdo al surgimiento dependiente, en una matriz de causas y condiciones, tanto externas como internas.
Adicionalmente, hay infiernos groseros e infiernos sutiles. Ambos tienen una cualidad objetiva, pero unos son más etéreos o lánguidos que otros.
Añado que podemos entrar a la experiencia infernal por ambos lados.
Es decir: una situación objetiva maléfica puede convertir nuestra mente en una pesadilla. O al revés: nuestra mente pesadillesca empieza a manifestar un mundo inférnico concreto.
Generalmente se da una especie de coemergencia entre ambas dimensiones infernales, la subjetiva y la objetiva, y un bucle asímismo, una retroalimentación.
¿Qué es un infierno, a todo esto?
Un infierno es básicamente un paraíso del mal. Una Tierra Pura del mal. Esa sería mi primer definición del infierno. Un refulgente paraíso del mal.
Más allá, el infierno es no poder salir del infierno.
Ampliándolo, el infierno es no querer, no poder o no saber salir del infierno: no contamos con la motivación, capacidad o conocimiento para salir del abismo, por aparte o en combinación.
Esa impotencia radical es lo que hace realmente al infierno tan laberíntico e infernal.
El problema con el infierno es que no podemos cálidamente absorberlo, aceptarlo.
Si aceptáramos totalmente el infierno, si lo amáramos ya no digamos, el infierno ya no sería infierno.
Un infierno integrado no es infierno alguno.
Thaddeus Golas el Grande dice: “Cuando aprendas a amar el infierno, te encontrarás en el cielo”.
Alguien maduro espiritualmente ya no solo no rechaza el infierno, lo busca activamente.
Y un realizado, un siddha, lo usa de jacuzzi.
Nosotros, en cambio, más bien lo rechazamos, con todo nuestro ser, cada molécula.
Y eso: el infierno es rechazar el infierno.
En general todo lo que rechazás se vuelve en el acto infernal, se vuelve un infierno.
Eso es particularmente cierto del infierno mismo.
Repito: el infierno básicamente es lo que ocurre cuando resistís el infierno.
Entre más resistís el infierno, más congelás el infierno, más hirviente e infernal se vuelve.
Entre más lo rechazás, más lo tornás otro, más lo reificás o substancializás como un otro infernal.
El infierno es el último demonio, en ese sentido.
Entre más demónico el infierno, más te oponés a él, entre más te oponés a él, más demónico se vuelve…
Es un loop luciferino.
Un loop luciferino que te arranca toda esperanza de salir del infierno.
Lo cual nos lleva a una definición extra del infierno: un infierno se da cuando, ya no solo no podés salir del infierno, sino además ya no creés que podés salir del infierno.
Cuando muere en vos la esperanza de poder salir del infierno.
Al punto que incluso teniendo enfrente la posibilidad misma de salir del infierno, no la ves.
Aunque Dios en persona se presentase ante ti, con todo su oro y majestad, no podrías percibirlo.
El último grado del infierno es cuando ya ni siquiera querés salir del infierno.
O incluso hay un grado ulterior: cuando te convertís formalmente en un agente infernal, en un colaborador del proyecto satánico.
Sea como sea, si no podemos salir del infierno es porque estamos aislados de aquello que podría sacarnos justamente del infierno.
El ego se ha colocado como la sustancia central de un mandala sellado, un mandala sin puertas, un antimandala, un lugar irrespirable, sin entrada o salida.
Para empezar estamos aislados de Dios. En el antimandala no hay posibilidad de conectar con el poder original, no egoico.
Luego estamos aislados de los demás. Estamos aislados de los que están fuera del infierno.
Pero inclusive estamos aislados de los que están en el infierno.
Y es que el infierno, aún siendo colectivo, es siempre personal.
Puedo estar acompañado por muchos en el infierno, pero ninguno de ellos tiene acceso a mi infierno personal, ni puede mermarlo de ninguna manera.
A la vez, mi infierno no puede comunicar con el de ellos.
Todo infierno es secreto, intransferible.
El infierno es la cárcel solipsista que se ha creado, magníficamente, suntuosamente, ilesamente, el ego.
El infierno es intransferible y personal, pero siendo personal es toda vez colectivo.
Hasta cierto punto, sería más fácil si el infierno fuera solo mío, si solo yo viviera en lo infernal.
Si yo supiera que soy el único que está en el infierno, eso sería teóricamente un confort, porque podría regocijarme de que otros no tienen que pasar por lo mismo que yo estoy pasando.
Claro, en la práctica eso no sería nunca así.
Pero da igual porque de hecho sé que hay otros que están pasando por esto mismo, esto tan indivino, y además siento envidia por los que no, envidia y rencor.
En cuanto a saber que otros están en el infierno, eso inferniza más mi situación.
Y no puedo derivar ningún confort real o sosiego de ello, aunque trate.
Más bien el pánico de ellos aumenta mi pánico, y todo funciona como una angustiante recámara de ecos.
Sus gritos me hacen gritar y los míos los hacen gritar a ellos.
Todas estas desesperaciones se confirman y amplían y multiplican y densifican unas a otras.
También estamos aislados de nosotros mismos, en el infierno: no podemos tener intimidad ni conexión ni siquiera con nuestro propio ser.
El ego, al cortarse de todo, se autocorta. Rompe el lazo unitivo consigo mismo. Se rechaza y es por sí mismo rechazado.
Sin acceso a sí mismo, al otro, a Dios, no hay nada que el ego pueda hacer por salir del infierno. Está condensado y condenado.
Por supuesto, no es que el infernado esté aislado realmente, es solo que alucina que está aislado, y su alucinación le prohibe ver la relevancia de pedir ayuda, o no le permite ver la ayuda cuando la misma se presenta.
Si el el infierno es la ausencia de Dios, no es porque Dios no esté presente en el infierno, sino porque ahí no podemos verlo, no podemos ver su impulso.
Hay un millón de puertas a Dios, pero para nosotros son puertas al infierno.
Qué triste.
Por eso los condenados solo pueden ser salvados de afuera adentro, por la gracia de Dios, por la compasión de los boddhisattvas y por el poder de los aspectos transegoicos de nuestro ser.
Sin gracia, intercesión o ímpetu, el infernado seguirá vagando en el carnaval infernal, que puede ser para siempre el mismo, la satánica repetición de una misma viñeta y escenario, ad nauseam, o puede ser una variación infinita, no menos infernal.
Por demás hay todo tipo de infiernos. Por ejemplo hay infiernos increíblemente gélidos y hay infiernos increíblemente hirvientes. Los hay puntiagudos. Los hay extraños. Los hay neblinosos. Qué sé yo.
Cada infierno crea un hábito cósmico infernal, facilita que ese preciso tipo de infierno se expanda, y facilita la infernización general del mundo.
Y son muchos infiernos, innumerables infiernos, algunos más infernalescos que otros.
Hay tantos infiernos como egos caídos.
Y esos egos caídos son entonces egos individuales, colectivos y cósmicos que dan lugar a infiernos individuales, colectivos y cósmicos.
Cuando juntamos todos los infiernos pasados, presentes y posibles nos encontramos con una especie de metainfierno que es la suma de todas sus partes y más.
Dijimos que hay muchos infiernos, y algunos tienen una densidad absoluta. Son lugares inhabitables, y sin embargo hay seres en ellos.
Cada segundo en un infierno así es una eternidad de tormento.
¿Qué más? Supongo que me gustaría decir que el infierno es, más que un sector del mundo, o un mundo aparte, una forma de experimentar el mundo, una perspectiva.
Lo que para un ente oscuro es ácido puro, para un humano es mera agua y para un ser angelical es néctar. Así lo explican a veces.
Es la misma sustancia vista a través de visiones kármicas distintas.
Más allá, un iluminado ve que el infierno y el paraíso están vacíos y son un sueño.
Pero eso, como se dice, son otros veinte.
II) EL ARCHIPIÉLAGO INFERNAL
Para el mal el paraíso es el infierno.
Y el infierno un lugar en donde la desconexión, la dispersión o el aislamiento es total.
La característica del infierno es que está sellado. Como ya dije, es una zona de la cual no podés, querés o sabés salir.
Hablo de aislamiento físico o psicológico o espiritual.
El infierno físico es una cárcel física; el infierno psicológico es un laberinto psicológico; y el infierno espiritual es cuando no podemos experimentar otra posibilidad que no sea el infierno mismo.
Cuando solo podemos sentir el éxtasis del infierno.
Claro, todo infierno posee, en algún grado, esos tres planos activos, simultáneamente.
Sigamos. El infierno es estar aislado. Pero más precisamente el infierno es aislarse.
Cuando algo, por miedo, decide aislarse de otra cosa, ahí se crea un infierno.
El aislamiento ocurre por una decisión del ego enfermo, que es pura demanda de seguridad, terror inmaculado.
Desde luego es más fácil aislarse si uno está aislado. Nadie lo discute. El aislamiento crea aislamiento.
Pero la propiedad carcelaria necesita alguna clase de consentimiento.
Uno puede estar en una cárcel y no sentirse aislado y por tanto la cárcel podrá ser un lugar difícil pero no un infierno. Yo no creo que la cárcel haya sido un infierno para Mandela o Gandhi. Hay personas libres en las cárceles.
Sabemos de personas que han pasado por experiencias horribles en la cárcel y han mantenido no obstante algo intacto en ellos. Pienso en Demian Echols, el mago.
El problema es cuando te tomás por la cárcel en la cual estás.
El aislamiento, en términos del mal, se da como ya vimos porque el ego quiere mantener un status de agencialidad y autonomía que no le corresponde.
El ego cree que va a poder darse esa autonomía si corta la conexión con cualquier cosa que no sea sí mismo.
Por tanto, en vez de conectar con el otro, lo absorbe, lo rechaza o lo niega.
Así es como se garantiza no tener que abrirse al otro.
Ni decir que ello le hace vivir en perpetua alienación.
Y se trata de un alienación cada vez más demónica.
Al que reside en el infierno todo le parece demónico.
En verdad la misión del mal es blindar completamente el ego, es eternizarlo en su individualidad.
Y eso supone aislarlo, y sobre todo aislarlo en dolor, puesto que el dolor creará la última contracción.
El aislamiento produce inconcebible dolor, el inconcebible dolor produce aislamiento.
El dolor es es el factor aislante total, por tanto el dolor es llevado a las últimas consecuencias.
De ahí que el infierno sea un lugar en donde siempre estás siendo cercado y atravesado por el sufrimiento, por un sufrimiento tupido, irreferenciable, compuesto de innumerables sufrimientos, como en un cuadro del Bosco.
Todos esos sufrimientos son sufrimientos espirituales y elementales. Elementales en el sentido de que los elementos se combinan para crear sufrimientos innombrables y desconocidos, un carnaval de suplicios, un rapto de martirios.
Una máquina de tortura extremadamente eficiente.
Quisiera decir, antes de que se me olvide, que blindaje es distinto a encierro.
El encierro por sí solo no garantiza un infierno. Un grupo de personas pueden vivir encerradas en un lugar, por ejemplo en un monasterio, en un ashram, en un retiro, y ser relativamente felices, en armonía colectiva, en un sistema celestial de confianza, sensiblidad y amor.
Otras personas pueden vivir encerradas en un lugar, por ejemplo una cárcel de alta seguridad, y ser completamente, fecundamente infelices, en dogmática, en invernal paranoia.
La diferencia, me parece, es que viven en aislamiento, aún viviendo en comunidad.
Todo infierno es un infierno hecho de individuos que se rechazan y se explotan y se anulan.
El otro es siempre percibido como amenaza a mi seguridad egoica, directamente como una fuente de agresión y hostilidad.
El otro y lo otro son un verduguillo constante.
Ken Wilber siempre cita una frase de los Upanishads: «Ahí dónde hay otro hay miedo».
Es una frase tan profunda: el otro nos da miedo, pero sobre todo el miedo nos da un otro.
El miedo crea otredad, crea separación.
El demonio aquí es todo eso, y todo aquel, que te provoca inseguridad y que tu inseguridad provoca, en el doble sentido de causar y desafiar.
Mientras nuestro miedo no sea debidamente procesado, seguirá creando situaciones demóniacas y atrayendo demonios de toda clase.
Cuando tenemos miedo, todos los demás son demonios tras nosotros.
Lo cual no es una mera alucinación: los otros de veras quieren hacernos daño y nos hacen factualmente daño así como nosotros hacemos factualmente daño a los otros.
Los otros de veras son demonios y nosotros demonios somos sin duda.
Y eso funciona engarzado. Un demonio lo es en virtud de que está continuamente demonizando al otro.
Y hay una co–demonización ocurriendo, y esa co–demonización es el llamado infierno.
Todo eso del demonio trae consigo una sofisticada psicología.
Al demonizar al otro, le condenás al infierno. Si sos un demonio, ahí pertenecés. Esa parece ser la lógica.
Para crear un infierno solo se necesita de alguien que crea que alguien más merece un infierno.
Te aseguro que en este momento hay alguien creyendo que merecés el infierno, alguien que te ha maldecido, e incluso ha puesto sobre tu ser un maleficio consciente o inconsciente.
Pero ni siquiera necesitás de otro: con que vos mismo creás que merecés el infierno es más que suficiente.
En resumen, el infierno es creer que merezco el infierno o creer que alguien más merece el infierno.
De hecho, creer que alguien cree que merezco el infierno basta para entrar en lo infernal, en lo condenado.
Para entrar a un infierno, alguien solo tiene que creer que alguien más cree que es digno del infierno.
Con lo cual el infierno empieza a volverse un juego fantasmagórico de proyecciones imparables. Una co–alucinación, sin embargo con consecuencias muy reales.
Todas estas distorsiones intrasubjetivas, que además se amplifican mutuamente, son socializadas en la cultura y eso crea una cultura infernal, tan simple como eso.
En verdad, todos los infiernos tienen un componente intersocial.
Como bien dijera Sartre: el infierno son los otros.
Todo infierno es una sociedad.
Y habiendo varios tipos de sociedades, hay varios tipos de infiernos.
Está el infierno intrasubjetivo, el infierno propiamente subjetivo, el infierno colectivo, está lo que yo llamo el superinfierno, y luego el Infierno de Infiernos.
En el infierno intraegoico hay partes de nosotros que se aíslan de otras partes a través de la agresión, la explotación y la gelidez, creando un ambiente insostenible.
Así pues, hasta nuestro infierno interior es un infierno cultural. Siendo un infierno intrasubjetivo, es intersubjetivo.
En el infierno egoico nosotros nos aíslamos de otros. El ego se aísla de otros egos.
Sabemos que el ego se ha convertido al mal cuando ya no está dispuesto a comunicar con otra cosa que sí mismo.
El infierno colectivo es una sociedad o despensa de seres que se aíslan entre ellos. Partes del colectivo se aislan de otras partes.
Están cohabitando pero de una manera en que están insularizadas entre ellas. El infierno supone una cohabitación claustrofóbica y paranoica con otras personas.
Pero luego los distintos infiernos se constelan y aíslan entre ellos. Eso es el superinfierno. No podemos conectar con otros seres infernales y no podemos conectar con otros infiernos.
No habiendo conexión posible en ningún grado, no hay redención. Ni siquiera hay la posibilidad de mancomunar con lo inférnico.
Al final el infierno se aisla completamente del fulgurante Espíritu, de la Realidad. Este es el Infierno del Infierno. El infierno en un sistema total, totalmente aislado de la luz de Dios.
Supongo que a estas alturas ya quedó claro que el infierno es estar aislado. Que el infierno es estar en una isla (que no es exactamente Hawai) aislado, sin posibilidad de salir de ahí.
La propiedad de esta isla / campo de concentración es crear aislamiento.
De esta manera la isla es producto del aislamiento y produce aislamiento.
No solo estamos aislados de lo que está más allá de la isla, estamos aislados, en la isla, de los mismos elementos que hay en ella.
Estamos aislados en una isla aislada, pero más que estar solos en una isla nosotros somos la isla, y eso es realmente lo infernal.
El infierno es estar en un lugar aislado de todo, es estar y sentirse aislado en ese lugar, pero más aún es ser el mismo aislamiento.
En el infierno, uno no solo está solo en una isla, uno es una isla de soledad.
Dicho todo lo anterior, el mal no es división per se.
Curiosamente, el mal no desprecia del todo la unión.
Se podría decir en todo caso que el infierno es la unión en pugna, la unión oportunista y la unión paranoica.
El infierno es alguna clase de unión distorsionada.
Esta es la gran ironía del infierno: que siendo un lugar donde la conexión no es posible, continúa siendo un fenómeno intersocial.
Todos esos fragmentos o mónadas infernales paradójicamente socializan sus tendencias antisociales y de esa manera crean su infierno.
Y luego socializan el infierno creado.
Este infierno es un cosmos de miedo y desconfianza, pero es un cosmos al fin.
Un sistema.
Podríamos compararlo con un archipiélago, una colección de innumerables soledades e incomunicaciones.
En este caso es un archipiélago demente. Un sistema de paranoia, indiferencia y agresión.
¿Cómo es posible semejante sistema de aislamiento?
Una explicación es que el mal es realmente un virus. Un virus se adapta, esa es su creatividad, pero la suya es una creatividad para siempre vicaria. Todo virus vive vicariamente de un orden dado, de un orden ya existente, que en este caso es la majestuosa y florida holoarquía divina. Sin ese orden original, el virus no podría sobrevivir. Así pues, el infierno es un cosmos enfermo, infectado.
A veces me gusta decir que el infierno no es el cosmos sino su sombra, que el infierno es la sombra del cosmos. La sombra requiere del cosmos, vive del cosmos, se parece al cosmos, pero no es propiamente el cosmos.
Una explicación quizá más simple es que el infierno vive de uniones provisionales al servicio del ego sellado.
En efecto, el mal solo puede extenderse a través de pactos y entendimientos. Pero son pactos que buscan al final no la cooperación y la sinergia de perspectivas sino el triunfo perpetuo de lo separado.
¿Es por eso que la fuerza del mal no termina nunca de triunfar?
Algunos piensan que el mal o se fagocita a sí mismo o termina redimiéndose en la cooperación trascendente.
La sola cosa que puede hacer el mal ante tan triste destino es hacer pactos. Pactos y más pactos. Es la manera que ha hallado de eternizarse. Pero, como ya dijimos, son pactos oportunistas, provisionales, así que tiene que seguir haciéndolos, seguir buscando nuevos pactos, por siempre, por siempre.
A la vez, hordas de hombres hacen pactos con el mal porque quieren ser intocables, eternos e intocables.
Como en la película de Polanski, The Ninth Gate, quieren rociarse de gasolina, prenderse fuego, y no quemarse.
Se queman.
III) UNA TEORÍA DEL INFIERNO
El cosmos clásico de los chinos está compuesto por tres planos: tierra, hombre, cielo.
Yo prefiero llamarlos tierra, horizonte, cielo.
O tierra, corazón y cielo.
A veces se cree que el infierno está metido en la tierra y el paraíso en el cielo.
Se cree que el ser humano vive en un lugar más bien neutral, y que en base a la calidad de sus pensamientos, palabras y acciones, puede ir al infierno (que al parecer está sumergido en la tierra) o al paraíso (que al parecer está sumergido en el cielo).
En lo personal no estoy de acuerdo con esta particular cosmología y esta particular soteriología.
En mi manera de verlo, no es que la tierra nos lleve a la oscuridad y el cielo a la luz.
Antes bien considero que cada uno de estos niveles posee su propia luz y su propia sombra.
El principio del equilibrio nos pide que integremos tanto la luz como la sombra de cada uno de estos planos.
Cuando fallamos en hacer esta integración, creamos alguna clase de infierno.
Por supuesto, la tierra es densa, el cielo es transparente, eso está claro.
Pero ni la densidad es particularmente infernal ni la transparencia particularmente paradísiaca.
Lo que se quiere comunicar aquí es que tanto la densidad como la transparencia tienen su sombra y tienen su luz.
La sombra de la tierra es la claustrofobia más oscura; la luz de la tierra es constituirse como una suerte de vientre protector.
De su lado, la sombra del cielo es un abismo de luz que te calcina; la luz del cielo es una claridad que te permite verlo todo en todo su esplendor.
¿Qué hay del corazón, del horizonte? La sombra del horizonte sería la división infinita: eso de estar perpetuamente fracturado, dividido entre la tierra y el cielo: tal es la condición humana.
La luz del horizonte es una conciliación, un encuentro, un claroscuro hermoso.
Así como usamos el modelo de los tres planos, podemos usar el de los cinco planos: cuerpo, energía, emoción, mente y espíritu.
Es decir tierra, agua, fuego, aire y éter.
Cada uno de estos elementos tiene su luz y su sombra.
La tierra en su sombra tritura; en su luz, guarece.
El agua en su sombra arrastra; en su luz, circula.
El fuego en su sombra quema; en su luz, calienta.
El aire en su sombra arranca; en su luz, despeja.
El espacio en su sombra abisma; en su luz, libera.
Vemos pues cómo cada uno de los elementos tiene claridad y oscuridad, tanto literal como simbólica.
Tomemos, para explicarnos mejor, un elemento solo, digamos el agua.
En este caso, si seguimos la idea de integrar tanto la luz como la sombra, eso querrá decir que tenemos que integrar su intensidad ahogante como su armoniosa fluidez.
Se podría pensar que el infierno del agua es esa intensidad ahogante y su paraíso esa armoniosa fluidez.
En mi forma de verlo, el infierno del agua se da porque rechazamos la energía descoyuntante del agua, es decir porque rechazamos su sombra.
También se da porque rechazamos su serenidad fluyente, es decir porque rechazamos su luz.
Otra forma de infernizar el agua es hacerse adicto a ese mismo poder que nos lleva a las profundidades. O bien hacerse adicto a su armonía dinámica. O una combinación de estas cosas.
El paraíso es precisamente lo inverso. Integrar la intensidad del agua, que lo deja a uno sin aire. Integrar sanamente su sana fluidez. Desapegarse de toda esa vehemencia acuática. Desapegarse de su bella ondulación.
O una combinación de estas cosas.
En corto, el paraíso es integrar y trascender tanto la sombra como la luz del agua.
Aquí solo tomé el ejemplo del agua (el símbolo asociado al plano de la energía) pero se entiende que lo mismo aplica para cada uno de los elementos, es decir al espectro entero del cosmos.
Nuevamente: el infierno no es un lugar metido allá abajo en la tierra y el paraíso no es un lugar metido allá arriba en el cielo.
El infierno es cuando compulsivamente te haces adicto y rechazas tanto la sombra como la luz del cosmos, en todos sus planos.
Asimismo, el paraíso es cuando sanamente integras y te desapegas de tal sombra y tal luz del cosmos.
Integrar y trascender, como reza el apotegma integralista.
Quienquiera intente establecer un infierno sin luz va a crear evidentemente un infierno.
Pero luego quienquiera intente crear un paraíso sin sombra va a crear un contexto inférnico.
El punto es que solo podremos crear un paraíso si nos abrimos por igual a la luz y la sombra, sin hacernos adictos a ambas.
No es fácil, se deduce.