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Apuntes de un bhakta cualquiera

Crédito: The art of Maquenda.

Muchas formas de encender nuestro entusiasmo espiritual.

Desde un sacrificio simple y concreto como lo puede ser un ayuno hasta la meditación más crepuscular, pasando por todo el hangar de ejercicios que la tradición nos ha regalado –ofrenda, postración, peregrinaje, ritual, servicio, satsang, estudio, confesión, sacramento, oración, contemplación, qué sé yo.  

Todas estas son rutas estándar de acceso a la inspiración espiritual. Desde luego las hay más espontáneas e instantáneas, menos grabadas por el convencionalismo. 

Sea cual sea el medio específico elegido, lo importante es reconocer que para que cualquiera de estas prácticas funcione tiene que estar cargada de abnegación profunda, de abnegación qué se entiende. Uno puede practicar hasta vomitar. Si no hay adhisthana no hay una mierda. En el poema de Rumi del jeque deudor se aclara que es el llanto del niño el que desata la compasiva generosidad de Dios. Es así. 

En efecto, la devoción es la llave que nos abre las puertas del cielo y de paso les prende fuego.

Lamentablemente, en la era del deconstructivismo plano, el igualitarismo sin jerarquía, la antagonía sistemática y el ateísmo cientificista, se ha exiliado la devoción vertical del imago mundi. 
              
Lo cual es una calamidad, pues todos necesitamos un principio ascendente en nuestras vidas. 

Diría que un ser que no puede reconocer un abismo más complejo y sintiente que sí mismo es, sin más, una cucaracha narcisista. Pero no quiero ser especialmente moralista. Así pues, me limito a señalar lo hermoso que es postrarse y servir lo alto. 

¿Qué podemos entender por devoción, a estas alturas? 

A veces, para hablar de la devoción, hablo de la apertura o la confianza. Tenemos confianza, al menos relativa, en muchas cosas. Confianza en que si prendemos el interruptor de luz la luz va a inundar el cuarto. Confianza en que, a la hora de dormir, nadie nos va a apuñalar veintisiete veces, mientras roncamos. Tenemos confianza en la gravedad. La confianza se manifiesta de tantos modos en nuestra vida. 

No siempre esas cosas en las que confiamos son superiores, lo cual tampoco es necesariamente malo. 
                            
Salvo claro cuando ponemos todo nuestro dinero en el caballo equivocado. Como ejemplo la metanfetamina, o algún arconte de dudosa reputación. 

La idea, desde el punto de vista de la inspiración, es orientar la proa de nuestra confianza hacia algo distinto y más grande que nosotros mismos y eventualmente permitir que esa confianza se transforme en un fervor casi transido. 

Usualmente este amor suprapersonal es direccionado como un viaje simbólico hacia arriba. Aunque por supuesto, en los senderos de la mano izquierda y algunas tradiciones chamánicas, paganas y mágicas sería antes bien un viaje hacia abajo. En todo caso se trata de un eje vertical. 
   
En mi caso personal, devoción es entregarme al Poder Superior, aceptando con humildad y convicción su dirección y voluntad. Confiar en el medio divino, la pasión mística, el orden mágico, la sabiduría loca. Hacerme uno con el principio del Maestro. Entablar una conversación espiritual a la vez vasta y penetrante. Saturarme de entusiasmo interior. Adentrarme en la plegaria y la energía atómica de la intención. Sanar en la luz el dolor universal. Invocar el poder de la palabra. Guardar una disciplina de retiro, quietud y contemplación formal. Transfigurarme. Recibir y manifestar el mundo sagrado y dévico. Esas cositas. 
       
La devoción es el alto salto que nos permite salir del antro clausurado y derrumbado del ego. La devoción es automáticamente un reconocimiento de nuestra condición vana, limitada e irrisoria: sos, soy, una cualquiera. 

Piedad y autosuficiencia no van, por otro lado, de la mano. La devoción aborrece del control. Particularmente, hay que evitar controlar la misma experiencia divina. Si intentás controlar o poseer o manipular la experiencia divina, esta te catapulta por el aro de la locura hacia los mares viscosos. Es sabido. 

El otro extremo sería la sumisión extrema, que en realidad es otra forma de querer controlar la experiencia divina. Nos presentamos como seres domesticados para domesticar a nuestras dioses, convirtiéndoles en bancos de seguridad y pertenencia. Es abyecto. 

Como siempre, la independencia crítica es el factor inteligente. A lo sutil le gusta la compañía sensible y no pendeja.  No serán los rebaños programados los que alcanzarán las regiones más profundas del templo. La inocencia, que es una cualidad muy profunda, no ha de confundirse con la sumisión idiota o beata. 

Eso quiere decir, entre otras cosas, que tenemos que ir más allá del campo tibio de las meras convicciones. En Hebreos 11:1 se dice eso de que: “Es pues, la fe la certeza de lo se espera, la convicción de lo que no se ve”. 

Es una definición suficientemente hermosa siempre y cuando no limite nuestra devoción a una mera expectativa sin resolución, a una creencia ciega.

Yo por mi parte soy fan de la religión experiencial, en donde hay devoción al misterio pero al misterio como experiencia directa, no mediada ni de segunda mano. Es la brasa de lo vivo lo que va a garantizar la autenticidad de nuestra devoción, para que no quede en una mera proyección o sublimación superficial. 

Por supuesto, a la adoración plena se llega gradualmente. Sé que en mi caso, el skate o la literatura o los Doce Pasos fueron formas importantes de protoveneración a las cuales me di sin reservas y que yo no subestimo, puesto que me prepararon para la entrega última al Espíritu, que por supuesto las contiene todas. 

Esa entrega última al Espiritu fue algo que en términos generales fue creciendo en mí y madurando, hasta convertirse en un culto estable, continuo e integral, integral en el sentido de que reúne y cohesiona en sí misma las múltiples formas de devoción.

Pero antes de llegar ahí tuve que pasar por toda suerte de etapas y derivas y experimentaciones. 
              
A grandísimos rasgos yo empecé con una apertura inicial a algo que simplemente llamaba “la vida”. Luego pasé a ser un ferviente de Dios. Más allá practiqué la devoción en términos budadármicos, es decir no deístas. Eventualmente veneré desde la base última de la no dualidad. Desde ahí pude revisitar las formas previas de devoción y recolocarlas juntas en mi altar, y crear con todas un diseño de adoración incluyente y completo. 

Hoy me puedo llamar sin pudores un bhakta, un ser que ha hecho suyo el camino de la devoción, que vive en completa rendición a la voluntad y esplendor divinos. El rollo con la devoción bháktica es que no conoce límites. El bhakta adora hasta que sus lágrimas sangran dulcemente. 

Ojalá que el Orejón me permita seguir hablando de estas cosas en otro post.