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Afuera, adentro, arriba

Es importante: criticar la religión; es importante celebrar la religión; es importante entrar y salir de la religión cuando uno quiera; es importante trascender la religión. 

| Afuera |

Abusos de poder incontrolables; iniquidad, tortura, persecución y muerte; superstición, ignorancia feudal, fundamentalismo dogmático;  teofanías torcidas o mal glosadas; inmoralidad y criminalidad a magistral escala; intolerancia a la crítica y disensión de cualquier clase; el asqueroso y sistemático suprimir de todo foco de creatividad y auténtico crecimiento interior…

La religión, tal y como se ha vivido –y se sigue viviendo– presenta muchos problemas. Por tanto hay que situarse afuera del supermercado religioso, desde allí criticarlo. 

A menudo la religión se limita a ser un conjunto de costumbres, creencias e interpretaciones, y no participa en una dimensión experiencial. Pero la religión no puede ser ya a estas alturas una promesa de bienestar: tiene que ser su expresión consciente. 

Lo que más entristece es ver cómo las grandes religiones han descuidado sus legados místicos, y han hecho de lo absoluto un Dios–Programa. Se enfocan en lo revelado y olvidan por completo lo revelante. 

Luego también es una pena que no exista el asombro interespiritual. Más bien lo que hay es el bullying religioso, la apologética descarriada y no inclusiva, la privatización de Dios. 

También se lamenta que las grandes religiones no hayan pasado completamente por la experiencia de la modernidad (no reconociendo la dimensión liberal de lo sagrado) y aún menos de la posmodernidad, ya no digamos de la transmodernidad. 

Cancerberos de la burocracia espiritual, mercádologos de la religión, colonizadores de la consciencia. Hay personas que van al templo a esconderse del Espíritu. En el templo degollan al cordero, luego lo venden en kebabs. 

| Adentro |

Por otro lado, también es importante celebrar la religión, colocarse adentro. Criticar la religión es relativamente fácil.  Apreciar su profundidad, a veces, un reto mucho más demandante.

A menudo los críticos de la religión empujan una carga de agresión y rigidez que es idéntica a la de aquellos a quienes critican. (Y una carga de aburrimiento… Allí está la frase magistral de Heinrich Boll: “Me aburren los ateos; siempre están hablando de Dios”.)

Así como hay personas que se quedan encerrados en la religión, otros se quedan encerrados afuera. Son encierros equivalentes. 

Muchas veces los críticos ya mencionados solo se enfocan en los niveles religiosos crasos. Pero hay que saber que toda religión tiene infinidad de niveles, unos muy sutiles y expansivos. 

Algunos piensan por ejemplo en el cristianismo y solo son capaces de percibir fantásticos mitos fraudulentos, grandes crueldades, sacerdotes pedófilos, intolerancia in extremis. Lo cual está bien, porque se precisa pedir a la religión inteligencia, transparencia, alteridad y metanoia.  

Pero también está aquel cristianismo que encontramos en Meister Eckhart, en Santa Teresa, en Martin Luther King, Paul Tillich o Theilhard de Chardin. Es una tradición religiosa que ha aportado lo indecible a la humanidad. 

Muchos escépticos laicos, al enfocarse obsesivamente en los niveles burdos y fallidos de la religión, tienden a estimularlos y reafirmarlos: se convierten en instrumentos de aquello que critican. No es cuestión de  eliminar la cultura religiosa imperante, esfuerzo por demás inútil; se trata en todo caso de refinarla, por medio de la conversación profunda.  
                                    
| Adentro/Afuera |

No hace falta convertir lo que claramente es una función en una identidad.  

Los humanos tienden a transformar el hacer religioso en una manera irrevocable de ser. Así la religión se presenta a menudo como una especie de patrimonio ontológico, lo cual es fuente segura de toda clase de conflictos. 

Pero si percibimos la religión como un medio nomás –de acceso o expresión interior– entonces podemos hacer (o dejar que otros hagan, o no hagan) uso de ella de acuerdo a las propias pulsiones, sin generar problemas insorteables. 

Véase pues la religión como una herramienta. Una herramienta sagrada, acaso, pero una herramienta de cualquier manera, como lo es un desatornillador, o un martillo. No se trata de llevar el martillo a todos lados, ni todo el tiempo, con uno. Eso sería muy neurótico. 
         
Ahora bien, hay personas que convierten el martillo religioso en una efigie inamovible, y hasta lo usan para golpear a otros. Los hay quienes agarran ese mismo martillo y con mucho entusiasmo lo queman en la plaza pública. En ambos casos, el martillo se ha convertido en una identidad a defender o derrocar. 

Cuando comprendemos que la religión no es más que un instrumento en nuestras vidas, somos libres de entrar y salir del templo –podemos estar adentro o afuera de la religión– según nuestras auténticas necesidades, intereses, compromisos y propensiones.  

La religión así deja de ser un marco fijo de creencias, para volverse un marco fluido de trabajo. Lo insalubre es retener un enfoque religioso cuando no tiene uso, o bien en prohibir su manifestación cuando es indispensable. Lo sagrado será flexible, o no será. 

| Arriba |

Si tu camino no se corta, tu camino no lleva a ningún lado. 

Nos han dicho que la religión no es más que el dedo que señala la luna: de allí la importancia de no quedarnos viendo el dedo, como idiotas. 

Un sendero dármico auténtico es aquel que nos da los medios para que nos independicemos de su propia autoridad, en el acto desmantelándose a sí mismo.

En la madurez espiritual nos apartamos de todas las formas, por muy sublimes que sean. La religión–útero hay que rasgarla con cuchillo desde abajo y desde dentro, para así nacer, entre la sangre, hacia arriba. El final del relato religioso consiste en dar la religión misma en holocausto. La religión produce un gran fuego y en ese fuego arde la propia religión. 

Dice Surya Das: “¿Para qué ser budista cuando puedes ser un Buda?”

No vamos a rechazar con desdén las formas religiosas, sino que las vamos a trascender: es distinto. Hay un mérito de hecho aprender de ellas, guardarlas y respetarlas; pero no las llevamos a cuestas, gravosamente, porque para viajar en el Espíritu lo mejor es viajar ligero, más allá de autoridades, medios y clubes religiosos. Cualquier clase de intermediación debe ser superada, en pos de la experiencia directa de lo real.

Así es como entramos de lleno en el misterio. El misterio y la duda sagrada atropellan una a una todas las configuraciones. Nos desapegamos de figuras y mentores, ejercicios espirituales, prendas litúrgicas y objetos devocionales, incluso de nuestra necesidad de estar cosidos a otros como nosotros, y así, desnudos, nos damos a lo más libre. Hay humor místico y desmesura. Nos echamos a reír. 

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